Ceguera.

Hay días en que más que el peso de la soledad, siento orfandad asesina... no hay consuelo para la decepción pues el ciclo del asunto masculino inexplorable e ininteligible, se perpetua como la morisqueta fría en las estatuas de una iglesia...

Huérfana me encuentro, en donde la soledad arrecia y los espacios de encuentro con mis visuales parecen símbolos hallados en sueños repetitivos hasta el cansancio... Resultó ser solo un buen nombre para construir al antagonista del Sr. Halm, solo para eso me quedó colgando en la retina el sonoro Darío Navarrro, y tal como aparece su nombre, gala hace de pocas sorpresas... y así, desenfunda su aspectos toscos en los que intenta envolver a los demás como si quisiera crearles una estrofa de canción que solo él conoce y corea en solitario...

Le tenía fe al hombre, tanta que mi no redacción temprana implicaba una verdadera necesidad de atenderlo, de escudriñar lo que él hubiese querido, mostrar y abrir hacia el universo. Pero resultó que mi radar dañado solo pudo abordar hacia la primera capa y luego, sufrir del clásico bloqueo de sabotaje, tan propio de la gente con sus mochilas siniestradas de hacerle costura de emergencia.

Me gustaba mucho su voz, candente, pastosa, a ratos con la perversión erótica justa y otras tantas, con la ternura de un niño extraviado reclamando un amor profundo... pero en todos los casos, siempre tuve la sensación que me quitaría el auelo que pisaba, que botaría las paredes que había levantado y que dinamitaría el puente entre nosotros.

Y puede que él no lo vea, qué importa ya. Puede que incluso, ni siquiera se cuele a sus pensamientos el día de mañana, como lo he dicho hace algún buen rato todo puede ser y lo que entiendo, da para voltear la página con un buen pronóstico de control de daños, pues en esta pasada, desarrollé visión periférica, visión nocturna, un amplio espectro de visión a través del rabillo del ojo. Y me deja tranquila.

Hay ciegos que ya no les interesa la opción de volver a ver.

¡Namaste!

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