Debajo.

Y pensar que tantas veces he dejado de creer en ti, aun cuando, en medio del hambre me lanzaste un billete con su Arturo bien impreso, o las muchas veces en que me salvaste con un nudo mal hecho, con una navaja sin filo, con una caida de internet que me impidió acceder a postales horrorosas. Pensar que he dudado ahora de ti, solo ante la rabia que me produce el sin sentido, el chocar una y otra vez contra las mismas paredes, enfrentarme a las puertas que conducen hacia bóvedas atestadas de nuevas y peores preguntas, plagado todo de agrio, de descortesía y apatía de la gente cuando se ha dado por satisfecho en repartir su pesadumbre.

Qué pesada ha de ser la carga de aquellos que, ante su agonía propia son incapaces de contentarse con el asombro cándido ajeno, separado de la maldad y de la mala faena... encumbrados en una montaña llena de credos estériles, lecho del ego, lecho de la pudredumbre que les rodea.

Me cansa tanto el maleterismo promedio de este Chile tan quiliado a veces, y otras tantas, tan resorte del infierno como antesala. Entonces, en medio de esa negrura, en medio de los reveses, colocas frente de mi un café cargado que no he debido costear, la anchura de un mesón despejado para apoyarme, la conexión a internet gratuita para poder navegar, reponer, olvidar...

No sé por qué pierdo la fe en ti. De verdad que me lo cuestiono. Y en estas horas confusas, sospecho que se debe a que, hacer la pelea es complejo, saltas 3 vallas pero se avisoran 5 adicionales, y como si fuese poco, sabes bien que la vista ya no da, ya no blinda. Entonces sucumbo, tropiezo a cada rato, volviéndome mi peor enemiga por detestar la mentira, el engaño, el  circoteatro que arma la gente, empeñada en satisfacer su puto ego.

Sé que has hecho de todo para llevar consuelo a mis oscuros pensamientos, que tu empresa apunta a que vea, a que entienda aun en la adveraidad, incluso comprendo que es tu afán depurador, que mi corazón se vuelva el más poderoso filtro y que a través de sus paredes internas, solo recorra el sentimiento verdadero.

Y yo me pregunto: ¿Tengo criterio para ello?

He visto desfilar a disestra y siniestra huestes confabuladas en la realización de una gran hecatombe, hacen de sus deberes un enjambre tormentoso, y lo usan como dardo, como arena movediza hacia donde arrastrar a todo el que se les oponga o a aquellos que procuren un mínimo de no ritualidad de rigidez. Y entonces, me contrapregunto: ¿De verdad confías en mi criterio? O solo estás preparándome para la partida?

Aquellos que usan el efecto Pigmaleón para envenenar los ámbitos laborales, merecen todo mi desprecio, pero también mi congoja ya que uno se invisibiliza con aquél descrédito... uno se vuelve tirano y no se da cuenta de cómo acaba blandiendo una que otra espada en algunos débiles seres humanos.

Pero esto no acaba con la mentira ni la desdramatiza; cada día aumenta groseramente el tirano exprés, que no conforme con su desdicha, intenta corroer espíritus más frágiles, como el mío. ¡Maldito Oficio! Se piensa que la rigidez de una cláusula vive enquistada en mi ser... Pero, con rabia te digo: ¿Qué quieres de mi?

He reducido la superficie que ocupo en la sociedad, he limitado los ruidos que emito, incluso, he callado mi voz sonora a cambio de treguas que nadie desea ni me solicita y que, por el contrario usa para burlarse apenas tiene la oportunidad... créeme si te digo que hay días como este en que desalmada como intentan que me vuelva, empuñaría la escupeta solo para ajustar cuentas en serio, acabar de una buena vez con el sufrimiento de unos cuantos y con el propio, pero luego me digo: ¿Esto es lo que soñaste? ¿De este modo te dejas vencer? Y te recuerdo diciéndome en sueños que nunca olvide que he nacido sola, y que sola he de morir y que el tránsito intermedio es el que falta por ver.

En días como hoy, a pesar de la infinita tristeza que siento, por ser solo un número más dentro de un gran tablero, sintiéndome insignificante  como me siento al no poder doblarle la mano al destino y atarle los puños al tirano, con todas las imagenes de tormento circulando dentro de mi cabeza, me digo que la fe está ahí, quizá como un símbolo de tabla rasa de qué sujetarme mientras experimento el retroceso desgraciado.

Quédate cerca, porque ya sabes que voy hacia abajo, que es duro hacer esto sola, mucho más duro que tantas otras veces, porque por primera vez en décadas, tengo la impresión de que tal vez no sea sencillo lograrlo.

Ya sabes. Pesa mucho.
Me inmoviliza.
Me aturde.
Me hunde.
Me sepulta.
Quiero vivir debajo de la superficie.

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