Extracto Sin Editar: El Mundo según J, C. Declan. Novela Corta. D.D.Olmedo. (Parte 3/12)




"La primera vez que vi a J. C. Declan, no entendí la complejidad de su engranaje de buenas a primeras. Y eso que me jactaba del fabuloso ojo de lince con casi todo el mundo. Comprenderlo, fue otro asunto. Un asunto de largo aliento. Uno que a la larga se volvió digno de retratar en las páginas de un libro... Aunque no estoy segura de poder dar el ancho; no se si alguien de su talla...


La semana anterior al accidente de Pedro Lombardi, el editor primerizo de la Coopération d'éditeurs de Montpellier, Matías Andriü, nos apretó con últimas y negras advertencias sobre el destino del material retenido en la Fundación, lo cual volvió caóticas casi todas las alternativas barajadas sobre salvar al "libro blanco". Por una parte, cierto era que no había en ese entonces testimonio oficial sobre su paradero, pero por otra, demasiada gente interesada en encontrarlo, y en ese sentido, exceso descriteriado de charlatán irrogándose hallazgos. Me atrevo a especular que estas fueron las verdaderas razones de Matías para tomar tan malas decisiones durante la comisión de su cargo, cosas absurdas hechas bajo la lupa de un estresado no admitido, sometido bajo presión de su organización y sujeto encasillado en los caprichos de su mente distorsionada de control y corrección ortodoxa. Nada cercano a Lombardi claro está... 

Por esas pelotudeces del cabrón destino, Pedro conoció a John Charles Declan mucho antes que el resto de nosotros. Era algo realmente cómico de pensar; siempre había sido el fantasma entre nosotros, la figura a la cual admirábamos y sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo antes de acabar entendiéndolo. Y sin embargo, no estuvo para darse cuenta que su amigo de la vida era a un tiempo, villano y víctima, cazador y presa, ecuánime y bellaco... Cómo iba a saberlo si para el maestro Lombardi Declan solo era apenas un conserje de Edificio abandonado en las afueras de Pondradir, un descampado en el interior de Rodstock, Dallham...

Mi padre, como casi todos los jornaleros de ese tiempo, guardaba unas pocas monedas para gastárselas en jarras de vino tinto llegada la quincena de cada mes. Su taberna favorita sobre la tierra era la de Onófre Passepartout, nombre ganado a pulso por transformarse con los años en un virtuoso contando historias de Verne a viva voz cuando toda la barra ya estaba medio borracha... y fue precisamente quien les contó la historia primitiva de Declan y de ese modo, cómo fue que llegó hasta mi, al deseo residual de hacerle justicia entre las páginas de mi memoria.". 

Comentarios