Huérfana.

Hoy me siento más huérfana que nunca.

La gente alrededor se contenta con logros materiales y yo, continúo esculcando las tres o cuatro monedas sonando en el bolsillo... camino cuadras y cuadras por las calles de Santiago, impedida de envalentonarme al uso del transporte, superada en las faenas de una proxémica tan difícil de sortear (y explicar, además...), @ngustiada sintiendo que el cielo caerá sobre mi mollera y entonces, nunca más podré observar...

En días así es fácil desaparecer, disminuirse hasta volverse un microgramo que nadie se interesa pesar, sumar o llevar hacia adelante... Y necesariamente, vuelvo a la platica antigua, libretos en los que se me dijo que somos lo que sembramos y entonces recuerdo lo que me mostraste, el desafío de soportar las consecuencias, desagradar a todo el mundo, intentar hacer pasar buenos sustos a llevar una risa wasonesca... Y me digo que aprender a contentarnos con nosotros mismos es la mierda misma, no por no querernos, no por no gustarnos, sino porque la vida es un desastre si la constante es el desastre...

Quiero trascender a este cansado ir y venir, trasladar y regresar, dejar de sentir esta insoportable levedad diaria en donde el conjunto aplasta la buena virtud solitaria, la comunidad destroza la entidad, el societario se devora al ser humano promedio. Pero la verdad, se me van agotando los recursos; mientras la felicidad fundada en un tener (alegato pobre del logro materializado y premio al esfuerzo) se asoma agazapada en sonrisas cheshire, yo solo pienso en la fuerza de la naturaleza que fragua planes subterraneos para reestablecer el equilibrio; lo siento cuando me lavo la cara con agua fría, cuando me zambullo en la piscina y me voy hacia el fondo intentando que algo me retenga allá abajo, permanentemente... lo experimento al acudir a esa bella sensación de coger un bebé entre mis brazos, o de reparar en el primer guiño de luz antes del amanecer. Sé, de alguna manera lo entiendo. He aprendido más que en cualquiera otra época y lo comprendo sensatamente. Y aún así, continúo preparándome para la mejor parte, para la gran batalla, recargando mis mejores armas (las espirituales) porque entendí hace un tiempo que esto es una gran batalla anímica. No puede hacerse mucho por harta gente pues la industria de la ceguera ha puesto acciones en la bolsa, eso también lo se de sobra. Por eso me aferro a cualquier atisbo de cordura implícito en los árboles, en la acción del viento, en los besos furtivos de los enamorados cándidos, y en las imagenes potentes de mi mente lúcida, batallando para no dejarme vencer por las huestes de la demolición.

Solo el amor vence a las epifanías funestas.

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