ANATOMIA DEL PERDON. (Extracto).



«Si debo enmarcar un comienzo, supongo que fue aquella noche de Mayo. Luchar contra el gentío se había vuelto un hábito iracundo en mi identidad, es cierto, pero esa vez y no sé muy bien por qué, andaba como monja masticándose una hostia a las seis madrugada. Imagino que por eso caminaba aletargada pero más atenta que de costumbre. Me puse a mirar el entorno sin mi enojo visceral y entonces me encontré un primer panfleto.   Se trataba de un twuit de 130 caracteres, destacado, macizo, con su arroba más una fotografía de una mujer cuyos párpados caídos, agudizaban la inmensa tristeza de su mirada. Me detuve frente al muro que flanqueaba una de las salidas de la Estación de trenes urbanos, y sentí en mi espalda el frescor de las primeras bajas temperaturas que contrastan al otoño... Me quité los audífonos de las orejas y el ruido del panal exterior me sacudió de inmediato. Una mujer de al menos 40 años, declaraba públicamente haber sido violada por los acreedores de su padre. Lo encontré tremendo, tan feroz como todos los pensamientos destructivos que a veces se agolpaban en mi mente, tras ser mudo testigo de vejaciones como la descrita en aquella fría muralla... Pero también me dejó atónita el desprecio de una montonera de mujeres deambulando por ahí a la misma hora, en el mismo momento. Pensé en la valentía de esa denunciante furiosa, despojada de su voz durante veintitantos años y en el click gatillante, un grito vomitado persiguiendo justicia, reivindicación exigida después de tantos años. ¿Qué ocurrió para callar? ¿Qué provocó la necesidad de comenzar a hablar? En eso pensaba, en eso estaba cuando una mujer con capucha se apostó a un costado.
— ¿No te resulta extraño que todas le pasen de largo? —Me larga la desconocida, sin aviso previo.
—No lo sé. Quizá no lo han notado. —Inferí.
—¡Bingo! —Y no la notarán. No les interesa. —Remató.
—No me gusta juzgar a nadie. No tengo elementos dentro de un plano. —Repliqué.
—¿Tan mal andas que finges?
—¿Disculpa?
—¿Acaso no eres Elisa Matus?
—¿Me has pillado? Baja la voz. —Me apresuré en advertirla. No quería tener que sacarme selfies, dar explicaciones, y gran etcétera.
—Entonces no me hagas enfadar. No uses argumentos que no son tuyos. —Duplicó mientras la frase de perdía en la cólera del viento.
Vi cómo una mujer de contextura media y de al menos un metro setenta de altura se mezclaba entremedio de la turba emergiendo del andén. No me dio tiempo de mucho pues se fue dejándome con la palabra en la boca. ¡Qué jornada más infame! —Pensé. Ahí, ya sola penetrando los ojos de una mujer desconocida en la fotografía del paredón.
Horas antes, 27 personas y yo, habíamos sido desvinculadas de la mítica revista Pamela, fundada en los años 60' por el octogenario Raúl Etchegaray. De pronto encontré toda esa situación tan bizarra, idénticamente fuera de lugar como el escenario previo a mi ingreso universitario. Los hechos de tal similitud despertaron una acidez característica del olfato periodístico de la juventud y que, con una definición sorpresiva, trajeron luminosidad al presente.
Ante una oleada de sucesos que habían trastornado un poco mi vida, la secuencia de hechos de aquella noche inscribió un registro alternativo en mi manera de enfrentarme a determinadas circunstancias, mucho de lo que pasó aquella vez ayudó a comprender cómo fue que mi sentido periodístico se estaba esfumando y por qué argumentaba para disfrazar las posibles respuestas. De alguna manera, sentía alivio de perder el empleo; mi editora dejaría de estropear mis artículos. En buena hora. Pero estaban los lazos, la gente parte activa de mi estómago, los entrañables seres humanos que me inculcaron escribir grueso antes que veloz. Y de relleno entre todos esos idearios mentales, aquella fotografía pesada, resumida entre dolor y resignación, compilado de una emoción tan negra que aún no encuentra un calificativo que la exume.
Recuerdo haber caminado por San Eugenio hasta chocar con una gran avenida de un nombre que necesito olvidar. Sabía perfectamente que no era responsable de la calamidad y sufrimiento universal y sin embargo, el peso de la tristeza en aquella víctima arrastraba simbología tardía, sombras, culpa, omisiones del pasado que ahora pinchaban el corazón: Nunca me había permitido volver audible, el suceso de ser fruto de una violación, vivir con la revelación, imponerme sobre su negra lectura y acallar el torbellino de emociones amontonadas en genealogía de nuestra familia, a cambio de un escenario prestado que transformó esa vorágine tan violenta, en circunstancias más tolerables en el devenir. ». (Extracto sin editar de: Anatomía Del Perdón/ D. D. Olmedo. Mayo; 2018. Capítulo Primero.).

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