COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Desaprender. D.D.OLMEDO




COLUMNA: Por fin es viernes. HOY: Desaprender.
D.D.OLMEDO
Algunas veces tiro migas a las palomas solo para observarlas. Las miro detenida cómo se picotean unas a otras a procurarse migajas de lo que se. Entre tanto se agreden, las palomas viven su trance, su desquicio de desconexión, presumo enajenadas del convivir armónico y ordinario de los humanos, ciertamente no tan distante de similar barbarie... He contemplado episodios de la misma clase, casuisticas en que se jode por un trozo de carne, animales desatados, jauria necesitada de devorarse a otros faenados que ya no pueden defenderse. Cadena alimenticia, nos orientaron a hacer dicha faena sin cuestionar el dolor de la presa. No interesa. No lo vemos. No nos importa demasiado. Ha desaparecido el peregrinaje gregario de clan potente, nos descarriamos y hoy pesa la entidad animal. Lamentable. Pero es la verdad.
Recuerdo mirarlas más allá del detalle fotográfico, consternarme por lo matonezco del asunto, como si fuese una radiografía simbólica de las costumbres copiadas del entorno en que residen. Y obvio, no me gusta esa postal, ni tampoco ninguna otra de similares características de las que atestiguo en mis momentos solitarios escogidos en el privilegio de la opción... Lorena me ha dicho hoy una frase de esas que son dignas de coleccionar: «Los hombres mienten, yo no...», refiriéndose a the big boss en medio de uno de sus momentos más ácidos, en momentos que perdía a un ser muy preciado para ella, su marido Alfredo. Y también me ha confidenciado que ella imaginó una vida diametral distinta a esta, la que le tocó. Con cierto aire de resignación pero con buen talante, me dice que ella quería que la cobijasen, que la proveyeran de alimento, que su macho velase por ella. Hoy, es el hombre de la casa, la paloma matona que se las arregla por migas lo más dignas posibles. Y esto lo hace bajo condición de promesa que no traiciona pues ella sentencia, de nuevo, que Dios no miente.
Le cuento de mi preocupación, que más allá de la procesión interna mía, ocupan mis pemsamientos las calamidades que no podemos disfrazar y que quizás, cada día que pasa, nos vuelve menos humanos y más animales, revirtiendo un proceso de evolución que al parecer pretende resistir el avance del sentido común, del instinto comunitario, de un idel equilibrado sobre ser social. Le revelo cuan cansada me siento, que hay días en que me centro en cómo mi ausencia sobre la faz de la tierra no alteraría ni un ápice el dolor global. Tampoco, lo mejoraría. Y además le cuento que lo único que me detiene en verdad es aquella pizca de duda a través de la cual aun respiro: ¿Qué sucedería si el plan de Dios siempre fue una verdad entre mucha mentira? Entoces, solo por ese temor pseudo cristiano me privo de borrarme. Solo por aquella presunción tan solo me reseteo a diario. Puede que ese diminuto preámbulo ante la disconformidad me haya librado de sufrir eternamente en el infierno.
Quién sabe.
Vuelvo a mi imagen sobre las palomas, me reencuentro con un testimonio vivo del acometer diario, me digo que somos así, que hasta eso Dios lo permite, que pudiendo remar hacia mismo lado generando una corriente sanadora, lo hacemos a la inversa, desafiamos hasta progresar en el matonaje. Permite esto y tantas otras aberraciones. Debe ser por eso que entiendo lo que nadie comprende y lo sencillo, se vuelve un verdadero caos para mi.

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