CORAZON NEGRO.

Es dable sostener la hipotesis de que, al sacar fuera nuestra bronca, podría uno serenarse, reubicarse, recuperar algo de brío. Y claro, se soporta quizá en el ánimo de atemperarse, bajar la revolución o un cambio... qué se yo. Pero en mi caso la hipótesis no se comprueba. Habiendo echado mi furia por los cinco continentes, aun tras perder la voz, ni con todo el llanto con moco incluido, no pasó; la rabia permanece en el mismo lugar. Tiendo a pensar que un revólver poodría solucionar la agonía, borrar de un tris cuarenta y tantos años de puro errar, de puro sentirse mal una detrás de otra oportunidad, constatando a cada minuto que, mi estar o no estar en este mundo no cambiaría un ápice mis condiciones. Porque haga lo que haga pretendiendo creer que herir de vuelta va a compensarme, no cambiará el hecho de que un miserable ser humano continúa hostigando mi vida, haciendo lo que planta la gana, vulnerabdo, paseándose como pedro por su casa, interviniendo cualquier red que aspire a usar, o destruir cualquier intento mío de independencia emocional. Creo, más allá de toda lógica que aún festinando sobre su triunfo encima de mi lápida, se empecinaría con extraer los restos para desperdigarlos, extendiendo su maldad más allá de la muerte. Y tan así es que, lo huelo. Y tan así me resulta porque me doy cuenta en la indefinición de mis piernas, en el dolor de mis tobillos reventados de huir, de cientos de kilometros caminados huyendo de estos pensamientos de odio tan feroces.

He visto desfilar a tanta gente, unirse a una lista de desechos y carroña, labor eficiente de la que me encargo a diario, solo para corroborar la idea demencial de que en efecto, mi alma no supera un gramo de relevancia. Esta es la idea más sólida, la que adquiere más color y sensatez, la que se perfila como mi propia vía sin retorno. Lo noto desde que abre el día gris de mis 365 al año, hasta que en un esfuerzo supremo, logro dormir un poco, solo lo suficiente para mantenerme en relativa vigilia. Pero todo el resto del entremedio estoy obligada a convivir en un desastre de inventario en donde nadie se atreve a catalogarme, mientras un enfermo patético intenta doblegar mi espíritu. Soy la no feliz, soy la que gruñe y enseña los dientes, la ácida, puente cortado, desajustada, borderline y otros tantos más verbos y sustantivos lo suficientemente desgraciados como para desbaratar hasta el más sólido de los hombres.

¿Qué estoy llamada a entender? ¿Qué debo ser?

El tiempo se acaba. Eso lo tengo más que claro. Lo único que me faltaba era tu patada kilométrica, pues entiéndelo bien. No vas a cambiarme, no cambiaré por nadie, porque nuestro ser es lo único verdadero que podemos cargar con nostros mismos. No importa el color del dinero, no importa la fragancia del estatus, no importa la deformidad de la vida. Hacia el final del día yo recupero la libertad porque a pesar de tanto esfuerzo satánico, nadie tiene mi mente, nadie tiene mi corazón negro.

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