Cuento/2018. Mayo. D. D. Olmedo. (1ra. Parte).



El Publicista de la Coherencia.
Cuento/2018. Mayo.
D. D. Olmedo.
(1ra. Parte).

La consigna de la verdad es apenas un mal usado eufemismo para una abismante mayoría. Irse hacia la raíz y soportar su contenido, sería como aprender a soltar la expresión “culo” en vez de reemplazarla cínicamente con la de “trasero”, por ejemplo. Pero aquella gran mayoría aludiendo, preferirá ruborizarse ante algunas escasas oportunidades en que extravagantes personajes se atrevan a ello, y omitir excedente de distantes posibilidades sobrevinientes, porque la verdad sobre el culo, les parece demasiado repugnante como para tolerarla, públicamente. ¿Y cómo no? ¿Quién habla con sincero aprecio del culo? (propio o ajeno). Con toda franqueza, no muchas personas, a menos, claro está, versando sobre las propiedades estéticas, o al tratarse de las perversiones sexuales de hombres que son la mar de genitales en su vinculación carnal con la mujer... Pero descontados estos planos (algunos otros son aún más oscuros).

La gente de esta época se llena de frases que se leen y yen perfectas; les encanta “aportar” párrafos para el bronce, emulan pensamientos Heraclitanos y un gran etcétera. Pero cuando detentan la verdad, no saben qué hacer con ella. Su contenido los inunda, les sobrepasa, los ahoga. Nada más certero en la faena de derribar a un falso hombre que bañarlo con su justa dosis de verdad. Entonces, la verdad administrada a la vena sin intermediarios ni emperatrices suavizantes, conduce al único lugar cierto, el más rehuido: lucidez...

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La primera vez que lo vi, había aprendido a enmascarar mis debilidades, corrupta mi imagen a través de un poster de baja ralea. Dominada por las obsesiones, la paranoia y el ruido de la descomposición, merodeaba la sordidez del sitio igual de cínica que la gran mayoría reservada a lugares idénticamente replicados en la web. Y mi estrechez mental lo juzgó dentro de un saco, el mismo instruido en la manía de la censura, de los prejuicios tan propios de la gente deformada por oficios, usos y costumbres. Deslizar fotografías, entonces, se volvió un asunto simplón y binario; “like v/s don’t like“. Y la del adjetivaba la subversión; clásica actitud archi-conocida en la que nos volvemos agresivos desde la comodidad del ordenador y lo potenciaos con actitudes psudo groseras. Y me detuve ante su fotografía con un pensamiento... mmm... no sé, qué sé yo: Juzgador; ¡Y este qué se cree! O algo más o menos parecido. Y sostuve que ese tipo se sujetos, agrediendo gratuito, había que pasarlos de largo como si mi acto de desprecio tuviese un ápice de importancia, alguien nunca enterado que me detuve ante su fotografía a escrutarlo. ¿Logran ver esta estupidez? Espero que sí. Después de muchas ceremonias de erradicación, yo también lo hago.

Pero como los carriles de la vida se imbrican de alguna forma ininteligible todavía para los humanos, en una segunda fase, ya con mis propias herramientas y sin artificios, volví a topármelo. Otra era la fotografía, otra la actitud, descubierto semblante de rencores ni aun, de conformismo. Otro no más. Simple. Y deslicé hacia el otro lado. Y en ese lado iluminado de la opción ciega, nos encontramos. Y fue una sorpresa, de la misma manera como lo declaró Heraclito (“Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando la encuentras”.) Y en cosa de horas, la verdad emanó, ajustando cuentas con el pre-juicio, con la intolerancia, con esas observaciones ridículas tan propias del anticiparse y que fueron no más que composición de una cáscara más. Resultó ser una fragancia diferente, maderosa, de notas ligeramente ácidas, como la densidad justa. Me atrajo casi a la primera frase (recuérdese desde ya que no fui ni sería dócil tan solo porque sí); los aderezos para alguien como yo mutaron hace mucho y como tal, conformarme sólo con pimienta rosada, se había vuelto insuficiente. Yo necesitaba la Cayena, Sichúan, Java y tal vez, hasta una pizca de Ashanti... Y repentinamente, iba a encontrarme con un exportador de estar especias. O al menos, eso parecía contener la publicidad. Sólo necesitaba cruzar los dedos para que no fuese engañosa.
        

        

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