El editor.



Gastón es más alto de lo que imaginaba. Y también más guapo, demasiado para mi escala. Y no tengo empacho en decírselo mientras caminamos hacia el lugar que trabajaremos en las correcciones del nuevo libro. Me dice con su acento españolao: ¡Menuda tijereteada, chavala! Que casi me has pillao!!! Refiriéndose a mi radical cambio de look. Y sí, le respondo, ya era hora. Si no, cuándo. Con cero diplomacia me dice también que estar conmigo, sexualmente hablando, sería imaginarse con un tío, entonces casi automáticamente deduzco desde dónde vienen nuestros históricos problemas con el machismo. Pero descontando ésto, no le veo mayor drama, me lo han asignado, me lo han impuesto y al caballo regalado dicen que cien volando....... ¡Ja!
Comenzamos a marcar las palabras repetitivas, las muletillas, las extraciones que no están en la boca de un hombre y conducen a averiguar rápido qué retórica proviene del resentimiento femenino, y no de una voz narrativa genuinamente construida. Y tiene razón. Debe suceder que otros  obsern lo que dejamos escapar u obviamos para entender cuándo caemos en similares pifias y repeticiones innecesarias. Y de pronto, fue bueno escuchar, por ejemplo: «ella me supo a cañaría de cobre barato,  emitiendo sonidos apretados e inexactos, más si recurro a la imagen de su cara caliente y desencajada...» a «se quejaba desprolija, imperfecta como el sonido hueco del cobre azotado contra el piso; lucía cínica de rostro mientras la besaba...» Y si. Si me lo pienso mejor creo que es más creíeble la edición de Gastón que mi descripción de la escena. Es severo el hombre, pesado y ladino como garrapata con depresión... aferrado a sus sistema de creencias y verdades y demasiado puntudo con realismo mágico de la putamarquez!!!!! Lo mío es cotideaneidad. Listo. No me interesa recrear un eslabón de los «Buendía», básicamente porque no haría a nadie soportar 100 años de fomedad.
Él me dice, confía mujer, que no hace daño... y yo trato de comprender si se trata de un eufemismo para disfrazar la crisis de cooperación que vive casi todo el mundo. Y claro, sé qué saben ellos y qué no se yo. Eso es evidente. Ellos venden los libros, ellos los colocan en las góndolas y les hacen creer a las personas que un buen libro se hace desde la portada. De ahí a que un lector inexperto lo adquiera por el lobbie exterior, tan solo un paso. De hecho, casi automáticamente recordé a otro personaje haberme comentado justo eso: ¡Vaya que compro libros si me seduce la portada! (Debí darle más vueltas a este comentario, antes de especular que se podía confiar en él).
Con todo, imagino que Gastón sabe; es solo que me dio mucha risa su última frase: ¿Quién puede llamarse Carvacho? Entonces yo le dije que era el mejor invento dentro de la novela... una suerte de cameo exprés de un fantasma sublevado, un tipo que tan macizo que fue necesario darle una chance de redimirse, algo así como la oportunidad de abandonar la barbarie.

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