El Polerón...



Ahora voy tras Nina. La gran Simone. Y recuerdo a Esteban, pero no logro recordar cómo se apellidaba. ¡Sorpresa! Entiendo que cada amante me regaló un racimo de sí, de su particular sistema de creencias, de su fascinación y la del Esteban era la Nina Simone... Así que yo conocí de ella a mis 27 y nunca, nunca más pude apartarla de mi. La primera canción fue I put a spell on you... y sí, puede que él me haya hipnotizado también con su repertorio de hechizos, con mafia verde, con magia blanca... con su inmortalidad y cada movimiento sincronizado dentro de mi. 

Esteban fue de aquellos hombres que hablan bajito como si siempre estuvieran en rol de película calentona, listos para meterte la mano por debajo de la blusa en la espalda, para estrecharte repentino y quitarte la respiración; él siempre quería tirar con feeling good de fondo y a mi eso me parecía estelar. Todo en él era sórdidamente cinematográfico: cuando armaba sus caños a lo ciudad de dios, cuando me cogía bajo de menos a más emulando a Malcon Dress, cuando se me quedaba viendo a lo John Cusack en Empire Records... Puede que la palabra "filme" tenga algo qué ver en este repentino flashback de nostalgias varias asociadas a las películas de mi vida. 

Otro sujeto, en el presente vuelve a ocupar nombre de mal recuerdo: José Miguel. Contrario a momentáneo pronóstico, el fulano ha visto mi fotografía y no se ha marchado (todavía). Su nombre deja de ser bizarro y la regla se esfuma. Es un hombre sombrío al que pretendo robarle un polerón... eso es un hecho. El tema es que no he urdido con suficiencia un plan decente para acercarme al objeto de mi deseo. No puedo echarle cuento cualquiera porque el tipo en cuestión se pasa sus propias películas (filmes, escribe él); ahí, hay repertorio, así de que de chorearme la pilcha a la carrera, ni hablar. Seguramente tendré que armar un guión digno, algo así como averiguar qué tipo de hebra es la apropiada para hilvanar una buena historia, una creíble tal vez... podría intentar abordando su ego, aunque luego pienso que es demasiado chistoso como para tener demasiado, así que rápidamente desecho la idea. Pronto me concentro en sondear su filmografía fetiche, así como para congraciarme comentando partes casuales, igualito que las selfies que se saca de último la gente... Pero ligero recuerdo que no es nada sociable, no al menos lo promedio, por lo que descubriría rápidamente mi fanfarronería. He considerado también hacerme un curso exprés en chistología, para sacar de la manga unos buenos ases, como ese de:
"- Sí, lo tomé. Y me lo tragué...". A propósito de una charla apenas nos conocíamos. 

Pero a la larga, me dije: Nah. Esperaré a que él mismo me lo de. Un buen día de estos, libre y espontaneo. Sin presión y sólo porque le nace hacerlo. Un día después de muchos otros, cuando haya pasado un tiempo y al cabo de ese tiempo, el asunto no revista interés. Como en todas las otras cuestiones de la vida, como ocurre con las preguntas importantes, como la vista en el horizonte cuando nadie observa, cuando las preguntas dejan de ser las mismas, cuando ha pasado el susto, cuando regresa la confianza, cuando se recupera el placer de solo ser, cuando vuelve la motivación, el curioso dar, la no apariencia, la viveza de estar, de ser, de compartir.

Entonces no habrá treta. 
Sólo me lo obsequiará.
Fin.
:)



Comentarios