(Extracto de CORAZON DE CARBON/Novela Corta; Año 2017. Tercera Parte)
TERCERA PARTE.
Capítulo 4:
La Estructura del Carbón
La tinta de Gurret siempre es difusa. Ha reescrito su entrega al menos unas cuarenta veces pues lleva la ciega sospecha de no hacerlo bien. Convenció hace más de una década que alguna vez, una buena mañana escribiría el relato de la vida. Su obra maestra. La que todo buen escritor pensó más de alguna oportunidad. Pero los editores de la GreenHuose resuelven pliegos con alguna distancia. Simón acota que no está para envidia de escritores frustrados (la suma de una pila de editores resumidos), y que sólo le interesa la pulcritud del abanico de buenas palabras. Una vez se lo pregunté sin rodeos:
¿Y cuáles serían las buenas?
¿Quién decide las mejores?
Sólo me soltó que era un idiota. Y que si en verdad no lo sabía, no merecía ni la piedad de de un solo lector.
Mucho tiempo después, creo haber comprendido una parte adicional de lo que remecía a su extraña cabeza. Recuerdo haberlo leído en una entrevista: "Las precisas. Esas son las palabras adecuadas; no otras". - Sentenció. Pero, entonces: ¿Las precisas cuáles eran? Entender esto otro, todavía me lleva faena.
Desde que tengo memoria Simón, mi hermano menor ha escrito. Primero escribió unos garabatos que la gente tildaba de reclamos solapados en contra de una bestial educación Marista; los curas, las tocaciones, las recomendaciones de quedarse calladito y esas "burradas" en opinión de un tío de segundo grado que alguna vez lo increpó. Entrados algunos años, le dio por las Fuerza Armadas, por la mierda de país que entregaron los milicos, por el saqueo inescrupuloso de la derecha, por la falsa tierra republicana heredada de Alessandri... cuestión que se diluyó por petición de mi madre, tras el infarto de papá quien fuere paco obediente casi toda su vida. Pero lo que no se acabaría en mucho tiempo sería la temática de las mujeres complejas, las minas que se tiraba, las que usó y desechó sin tregua... Esa fase de relatos persiste hasta ahora.
Yo, que soy bastante precario para su ceremonia intelectual, solo asiento con la cabeza mientras me habla de lo que se ha metido en mate. Me cuenta sobre unas historias inverosímiles que nadie en su sano juicio se creería, y que él plantea una y otra vez, idiotizado con la sintonía de escribir su famosa incorregible versión. No veo sincera diferencia entre "ella se obsesionó con el atardecer" a "el atardecer no dejó de obsesionarse con ella..." Pero obvio que no se lo decía, solo lo pensaba. Yo fui bastante soso en sólo menear ritualmente la cabeza. Mi lugar después de todo no estaba más allá del Edecan austero que procura la satisfacción ajena. Ese era mi lugar. Supongo que los años imponen a las personas acomodarse a su suerte, irse por ahí ingenuos aceptando el molde, de modo tal que alguna vez este calce a la perfección con cada uno de nosotros y en cierta forma, él y yo nos parecemos bastante en este lado de la dirección; él con su ideal de odiosa perfección, yo con mi bastón de mediocridad.
Muchas veces he estado tentado a contarle que escribo con el mismo fervor de la secundaria. Pero no estoy dispuesto a su escarnio, a la curva de su retina empecinada en corrección sobre comas y puntos aparte, a su cátedra fastidiosa sobre técnica perfecta en construcción de antagonistas, más toda esa mierda de retórica engolada que le detesto a morir. Porque para qué estamos con cosas, es mi hermano, claro está. Pero yo no lo elegí de pariente. En alguna parte de mi vida llegué al convencimiento de que los hermanos mayores estamos vetados. Aparte de sobrellevar el peso del aprendizaje de tus padres, para remate luego debes hacerte cargo de aquel que sí obtiene licencia para mandarse cagadas por montones: el segundo.
Yo, no tuve opciones. Tuve que ir a la Escuela Militar. No me quedó de otra. Y cuando me echaron por incompatibilidad con el servicio, debí comerme la degradación en la mirada asesina de mi padre. Esa es la cruda verdad. No salí mejor de la hazaña de querer ser piloto comercial, pues un tímpano fallado me fregó el futuro. Una detrás de la otra. Pero la tercera fue la peor. Ingeniería. Y en la Universidad de Chile. Lo interesante del mapa residual es que, mientras todo esto acontecía en Chile, Simón gozaba de una Beca en Berlín. Así es. Así pasa en la vida real.
La excusa de Ramiro, mi padre: mascullar que su hijo menor había heredado el talento de su madre y yo la brutalidad del abuelo.
Pero, fuera ya de broma, sí me lo cuestionaba. Porque al final del día, en la intimidad de toda mi soledad yo escribía intenso, escribía con rabia, con todo el descaro del universo aunque las circunstancias no avanzaran de mi lado. ¿Cómo se admite la poesía dentro de un cuerpo de hombre curtido? Yo contemplaba a mi hermano, estereotipado o encerrado en un cuerpo que perfectamente podría pertenecerle a una mujer... No el mío, no el grueso montaje de un enfado que creció como montaña encima de mi. A él, entonces, se le estaba permitido cuestionar las tragedias griegas del mundo, la filosofía contenida en galletas de la suerte china, la parsimonia del esnobismo clásico reeditado de la mano de gente absurda contratada para festinar sobre pilas de cadáveres sobre quienes se decidió un "no brillarán"... Pero yo no. Yo era bueno para la corbata, para vestir un perfecto traje azul, para camisa bien planchada, y funcional al coste de todo lo que a Simón se le antojase realizar...
He escrito un trozo de papel. Ahí he puesto mi bronca. A veces he deseado dejar ese papel abandonado a su suerte sobre el mesón de la cocina, así, como que no quiere la cosa; un acto de soberanía... tentarlo a toparse con Simón, o con mi madre. ¡Válgame Dios! Pero ese amago de truculencia venezolana es mucho más mediocre que mi existencia. Algunas veces he regresado desde la calle, desesperado a cogerlo, y al verlo tirado en donde lo dejé, mi alivio culposo mete mi corazón en el mismo bolsillo de toda la vida. No soy capaz de causarles ese sufrimiento.
Después de todo. Me lo pienso mejor: ¿Qué hay ahí anotado que me devuelva veinte años? Nada. Haga lo que haga, diga lo que diga, apunte lo que apunte no regresará nada. Y todo seguirá en el mismo lugar que mi cobardía lo dejó. Pero otra cosa pasa para cuando me vaya. En eso he puesto mi empeño, ahí si que se van mis fichas. Porque no hay nada mejor que cagarse en la lógica, o que la lógica se cague en uno. Entonces, pretendo irme a lo rockstar, con la virulencia del tributo desatado, del que escribe su opera prima y la enristra cuando ya nadie te tuvo fe... Por último para que parezca una buena escena de Kubrick. Qué se yo. Cosas que se me atraviesan como un souvenir.". (Extracto de CORAZON DE CARBON/Novela Corta; Año 2017. Tercera Parte)



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