GRANDES AMORES (2da parte y final).
Hoy, en medio de mi propia selva
personal, sonó All i want is you... aquella
memorable canción interpretada por un Bono menos comercial, animado a alentar
un proyecto personal de Ben Stiller,
dibujado a la perfección por una Winona
Ryder soberbia y un Ethan
Hawke antes de Uma... Lelalina
y Troy sacan chispas en la pantalla, o puede que haya sido mi parte más
adolescente, mi ingreso a la vida romántica posible, a la esfera de lo probable
sin sujeción al miedo, lo que me hizo amar esta película y a ese gran amor
ficticio tan bien logrado en el celuloide de un año 1994. Más allá del
desposeimiento de la Generación X, a mi me mató la tensión entre ellos, siempre
al borde de la locura, siempre de soslayo, siempre negándose a entregarse sin
más, lo que a la postre incendiaría el desenlace.
Dándole más vuelta a esto de los
grandes amores pienso que de parejas explosivas hay ejemplos por montones,
desde Sharon
Tate y Román Polanski, Anjélica Huston, Paul
y Linda Mccartney, Sam Shepard y Patti Smith; Dante
Alighieri y Beatriz, Napoleón Bonaparte y
Josefina, Frederick Chopin y George Sand, Daniel
Craig y Rachel Weisz… Por supuesto que John y Yoko Ono, Elizabeth Taylor y Richard Burton, Rainiero de Mónaco y Grace Kelly,
Dalí y Gala, Frida y Diego… Pablo Piccaso y Marie Thérèse Walter,
Alfred y Alma, James Stewart y Gloria
Hatrick, Woody Allen y Diane Keaton, Audrey Hepburn y Mel Ferrer,
Humphrey Bogart y Lauren Bacall y
por cierto que están también todas las otras, las simuladas, las que lograron
cierto nivel de impacto de una u otra manera: Clint Eastwood y Meryl Streep en los Puentes de Madison, Vivien Leigh y Clark Gable lo que el viento se llevó,
Reese Whiterspoon y Mark Rufalo aquella película en que ella se había
vuelto fantasma, Hugh Grant y Julia Roberts la inolvidable
Nothing Hill, Patrick Swayze y
Jennifer Grey en Dirty Dancing (todavía me emociono con la escena del baile
hacia el final, esa en que ella salta del escenario y él la recibe…), Matthew Macfadyen y Keira
Knightley con Orgullo y Prejuicio, Patrick Swayze y Demi Moore
en Ghost, Rachel McAdams y Ryan Gosling The Notebook, Julia
Roberts y Richard Gere en Pretty Woman, Leonardo
Dicaprio y Kate Winslet con su Titánica hazaña, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman
en Casablanca, Kirsten Dunst y Orlando Bloom
en una de mis favoritas: Elizabetown (el Soundtrack todavía lo conservo), Billy
Cristal y Meg Ryan Cuando Harry conoció a Sally, Hugh Grant y Andie MacDowell
en 4 Bodas y un Funeral, Jennifer
Beals y Michael Nouri en la mítica Flashdance, Meryl Streep y Robert De Niro Falling in love (del tiempo en que
el cine era taaan diferente), Ethan
Hawke y Julie Delpy antes del amanecer, Dustin
Hoffman y Katherine Ross el graduado, Kevin
Bacon y Lori Singer Footlose, Jack
Nicholson y Diane Keaton Something´s Gotta give, Jim Carrey y Kate Winslet ahhhh Eterno
resplandor de una mente sin recuerdos...
y por supuesto: Otto y Ana interpretados maravillosamente por
Federico Fele y Najwa Nimri en esa época en que Los Amantes Del Círculo Polar
abrió una puerta en mi corazón y me mostró el mundo de la escritura, más
intenso que nunca…
De verdad que llevo muchísimo
tiempo abordando este tema. El asunto inició al descubrir un hermoso libro
sobre cartas escritas a diferentes amores y me obsesioné con la idea de
entender los móviles, tal y como había sucedido mucho tiempo atrás, con los
Soundtracks de diferentes películas (lo que me llevó a encontrarme con leyendas
del Rock que de otro modo no habría identificado jamás). Particularmente, la de
Yoko y Lenon, me parece la más tremenda, y no tanto por la bulla alrededor de
ellos sino por la intensidad de la unión; lo más parecido a lo simbiótico que
he entendido a través de largas sesiones en que se me ha explicado que
desencadena dependencia, pero cuesta determinar si es porque el amor te vuelve
dependiente o el la carencia… De entre los cásico, lo de Taylor y Burton fue
super malo, incluso recargado de abuso y violencia de parte de ambos. No puedo
evitar pensar en qué sucede en la cabeza de una mujer que invisibiliza el daño
a causa de un sentimiento degenerado en el tiempo. Se decía que antes las
parejas duraban más, que se toleraban más, pero ¿qué tanto de amor había
realmente? Tiendo a creer que las mujeres soportaban, resistían, aguantaban un
montón de fenómenos y no precisamente por amor; muchas veces tan solo por
temor, por carencia económica y miedo a la indefensión, porque digámoslo: ¿Cuántos
amos se ha impuesto el machismo?
En lo personal, convivo a diario
con gente que dice a boca de jarro estar profunda y sinceramente enamorada,
declama amor como si fuese una consigna ética y sin embargo, son las mar de
infieles, insurrectos y cobardees envalentonados para hablar detrás de otras
mujeres… Entonces, ¿Cómo creerles la sinceridad? Yo creo que el amor, ese
grande con el que fuimos medidos y segmentados, era amor de caricatura,
estereotipado tal vez, justo por toda la industria del cine, de las
emblemáticas teleseries (en nuestro caso, las de Moya Grau), por esa
suprarealidad en la que se colocaba el amor como un ideal platónico y efímero,
casi inalcanzable; nunca olvidaré esa exquisita frase de WA: “El único amor
romántico, es el no correspondido…” Y pucha que tenía razón.
Pienso ahora en los amores de todos
nosotros, revestidos de fetiches, de insignias y de etiquetas temporales que
alguna vez, quisimos fuesen definitorias… Pienso en todos esos buenos hombres
que me amaron de verdad, que me cuidaron y que aunque lo desearon, no pudieron
con mi vesania. Pienso en cómo llegas a sentirte para escribir una increíble e
imponente canción como la compuesta por Joan a Dylan… cómo es que se escribe
una novela, cómo es que Nina ama a Latorre a pesar de su ser detestable, o cómo
Emilia a la larga perdona a Álvaro después de su muerte. ¿Será que a la larga
siempre acabamos resignándonos y que sólo es un asunto de tiempo? Pero, antes tuvo
que morir, entonces, si lo hubiere dejado vivir en mi novela, ¿significa que no
lo hubiese perdonado?
Ni siquiera puedo responderme eso,
porque él ofrecía diamantes y sólo me trajo corrosión…
Tiendo a creer que el amor es como
un gran viaje en tren, que apenas te montas en el vagón, el vaivén suele ser
tan atractivo que el ruidito sobre los rieles, no te disgusta. Tras unas
cuantas paradas, unas cuantas estaciones, enfrentamos una cierta ansiedad, una
cierta preocupación sobre cuánto tiempo nos separa de nuestro destino; de
alguna manera el ser humano siempre desea estar en otro sitio impedido de
quedarse al cien por ciento solo en un estado de observancia presente. Así el
asunto, al cabo de un tiempo, la ansiedad se vuelve perturbación, inquietud y
lo que antes era agradable se vuelve desagrado… se mira hacia afuera, la
atención se pierde y el paisaje capta nuestra atención como verdadero anzuelo.
El “ánimus quedandi”, ha desaparecido. Necesitamos ir más allá del perímetro
del navío en que nos vamos conduciendo. A veces se descuelga uno, a veces es un
otro… otras tantas acude la misma sensación coetáneamente, pero siempre acaba
en lo mismo. El amor por grande que sea, finalmente desaparece, cede, se
extingue.
Por eso, por raro que suene, yo
siempre me subo al tren; a veces veo niños con polerones imbuidos en su celular
mirando una buena película; otras guitarreros empedernidos y coquetos que
intentan sacarte una sonrisa… algunas pocas veces, carbones, otras diamantes,
la más de las veces comida chatarra, unas muy lejanas, joyas extintas, piezas
de arte… buenos libros como los de Verne, Asimov, o Cortazar… una sola vez: El
amor verdadero; hasta ahora.
Puede que pronto se cumpla la amenaza
pedante de que, el tren deje de realizar sus clásicos recorridos y entonces me
digo que en ese instante tendré que ingeniármelas, replantearme la forma de
sucumbir al amor, tratar de entender de qué otras formas se renace en amor,
cómo se hace el amor, cómo se da, cómo somos amor… ya no desde la comodidad de
un asiento esperando que me encuentre, sino haciéndolo en mi, tratando con
todas las fuerzas de ser mi gran amor, antes que buscarlo fuera de mi como
representatividad de la carencia de toda la vida.
Al final tiendo a sentir que el
amor de verdad construye universos paralelos; tanto el amor en uno, en donde
creces y comprendes ya sin dolor, tanto en amor por otros que dan de acuerdo a
lo que siembras en ellos. Hay tantas cosas aprendidas sobre el amor, sobre el
miedo al amor, sobre la sensación de que el amor se extingue rápidamente, sobre
aquello de que podríamos morir sin él… Aprendo más que en cualquier otro
momento de mi vida, a golpe y mangaso descubro que el amor no es un parche
curita, no es compresa, no es aditivo ni suplemento… Entiendo que el amor es
como un fruto, que a veces deseamos comerlo sin comprender que no ha madurado y
forzar la mordida es saborear lo ácido de ir en contra de la corriente de los
procesos naturales. A veces, la respuesta más sencilla es NO. Es NO sin
significado, sin carga negativa, sin malas suertes, sin desprecio ni mala
voluntad. A veces el amor NO ES GRAN AMOR, porque no está destinado a serlo.
Nadie es malo ni bueno, solo no está mirando en nuestra dirección como nosotros
podríamos estar haciéndolo. Y la respuesta es parte de la conquista de la fe.
No cuestionar, no rebelarse, no ir a la pelea ante la omisión del destino pues
este siempre se está construyendo.
Me gustaría que con los años, y
después de la muerte de un gran amor, escribir una carta tan bella como la
escrita por la Patti Smith a Shepard, me gustaría que brotase de lo más
profundo, más allá que movida por los recuerdos del pasado, provista de
sensaciones, de emociones, de ese reporte genuino del que valora todo lo que se
recibió, de lo que resultamos ser tras la pasada de esos amores por nuestra
vida.
En lo que nos convertimos gracias a
la presencia del bendito amor en nuestro corazón. Y me gustaría leerla en voz
alta mientras de fondo esté sonando Iris de los Goo Goo Dolls…
Realmente, lo imagino así. Como
debería celebrarse un gran amor.
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