Hombres que llevan barba...



Él tenía una barba precisa. Le dije que tenía 18 cuando apenas si tenía 14. Era precioso, su sonrisa iluminaba cualquier oscuridad y apenas me crucé con él, crucé el espacio en que dejas de ser una niña pequeña. No había pensado durante años en esas imagenes que conservo del primer amor, sujeto egresado del Miguel Amunátegu (sólo ahora pienso en la prrofundidad de tantas coincidencias y de cómo acosan a través ciclos que se vuelven paradojales); y con una clara idea sobre el futuro, sus ideologías y su idea del conocimiento. Ricardo era alto, perfecto en toda la justicia de la palabra, un corte pixie abusado en un mechón que le daba cierto aire misterioso. Se podría decir que fue un hipster adelantado a su época. Si tengo que recorrer toda esa parte de mi vida, diría que no retengo ninguna sensación palpable de cómo sabían sus besos, exceptuando una noche en que nos quedamos en el living de su casa de la calle Maturana, y nuestro ardor juvenil convocó un singular capítulo sobre el orígen del deseo, las reacciones naturales del cuerpo, y el recorrido de la pasión en una pareja imberbe. Fue la primera vez que toqué la superficie de una excitación masculina evidente, la primera vez que experimenté calentura, deseo, más allá de la simbología que nos acostumbraban a denominar amor. No sabíamos cómo se hacían las cosas de los grandes, y a tientas el instinto colaboró. De eso estoy segura. Pero no sabía qué decir, ni qué hacer con propiedad. Él tampoco. Nuestra inexperiencia era exquisita, sublevada solo por el audio perturbador de it's a sin de Pet Shop Boys, una banda que tanto le gustaba al Sasquach, el hombre que me escribía cartas de amor al revés, misivas que debía leer sentada frente a un espejo.
Cuando nos fuimos a acostar (porque en esos tiempos nadie pensaba mal si la polola era acogida en casa del), él me abrazo rodeándome con sus enormes brazos como si fuese un enorme oso polar y me estrechó hasta quitarme el aire. Nos convertimos en otras personas aquella noche, no porque su miembro creciese entremedio entre nosotros mientas me abrazaba y besaba apasionadamente, sino porque me miraba y sonreía, decía que esperaríamos todo el tiempo que fuese necesario, que tiempo había de sobra, y yo, lloraba de emoción sin entender que tiempo es lo que nunca podemos dar por sentado...
Esa noche fue la última vez que lo ví. A la mañana siguiente partía rumbo a Arica a estudiar psicología; aquella vez fue la última vez que sentí que el universo estaba dentro de mi bolsillo y que ese bolsillo era mi corazón.
Ricardo resistió estoicamente algunos meses. Me escribía todas las semanas describiendo cómo sería nuestro rencuentro, y también, sobre sueños e ilusiones que tenía en el futuro para ambos. Pero al cabo de un tiempo, la soledad, la distancia y la masculinidad hizo lo suyo. Se llama Viviana. —Me dijo en un escueto llamado telefónico. No sé cómo pasó, pero me enamoré de ella, me dejaste solo, no tuve remedio... —Remató. Y yo, sentada en el mismo living de su casa que ahora me parecía la sala de espera de una morgue fría y hedionda. No dije nada. Las gentes me hablaban mientras las lagrimas caían como chorros de grifo forzado a la mala...... y salí de aquella casa sin poder contenerme, con el audio en mute y la sensación de que todo eso era una horrible pesadilla. Más de él, no conservé.
Después de 25 años y a propósito de un.diplomado en Universidad Católica, figuraba sentada en una apretada tercera fila que nos separaba del escenario... Recuerdo que moría de sueño, que me parecía una desgracia estar ahí obligada. Y de pronto alguien levanta la mano durante la rueda de preguntas clásicas hacia el final de la ponencia. Le llevan el micrófono, le abren el audio y yo que casi moría de cansancio abrí repentinamente mis ojos al convulsionar mis oídos con timbre de voz familiar; lo hubiese reconocido en cualquier parte del mundo. Me giré ligeramente para determinar desde dónde provenía y entonces lo ví: muy poco cambiado, tres o cuatro kilos adicionales, igual de hermoso y brillante, y con su nazarena barba, intacta, como si el tiempo se hubiera congelado. No pude detener el llanto explosivo, nadie está preparado para algo así.  La gente de los costados en sus asientos, desconcertada ofrecieron ayuda, pero intenté escabullirme sin hacer grande la faena. Me agaché lo que más pude mientras él aludido intentaba ordenarse para responderle a Ricardo. Me acomodé detrás de una columna, bordee todo su perfil hasta completar un recuadro. No hacía falta mucho más para entender, recién y tras toda una vida, cuan importante había sido ese chiquillo, quien después de haberlo besado efusivamente una noche del año 1988, en la intersección de cuming con santo domingo, se dió a la tarea de buscarme por todos los liceos de San Miguel. Y me encontró. Juro que ha sido de los pocos seres que realmente, logró hallarme entre la multitud.
No habría sucedido nada, de no ser porque el hombre cuestionado, se le ocurre decir que tal vez sería bueno tomarse un brake y responder al regreso. La puerta de mi lado estaba clausurada y la única alternativa era esperarse el vaciado de la sala. Pero a Ricardo se le ocurrió plantarse en la puerta.
Resignada a mi suerte, me escondí.
Pero grande fue mi sorpresa al ver que mi pasado se aproximaba, y estando casi encima de la columna dice: Saldré, esperaré 5 minutos, iré al baño para que puedas salir tranquila. Pero quiero que sepas que me hubiese gustado abrazarte. Cuídate. Me llevé la palma de la mano a la boca, me mordi fuerte para recoger el sonido del llanto. Apreté los ojos. Pensé que iba a desplomarme.
No sé cuánto tiempo pasó. Solo sé que pude salir del auditorium, y que corri por el Campus como si una jauría de lobos viniese tras de mi... Ya en la calle, ya lejos de la amenaza continué corriendo, era como si corriera hacia otra dimensión o no sé, como si saliera de ella hacia una diferente... De pronto me vi en parque precioso lleno de árboles que formaban un claro al centro. Recuerdo haberme parado allí, mirar al cielo, y preguntar por qué, por qué así, por qué ahora.
Nadie respondió.
Pero eso para mi no era novedad.
Después de los 40, yo había dejado de esperar ese tipo de respuestas.
Algunos hombres todavía llevan barba en mi memoria.

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