Let her go...



Entiendo perfecto la equivocación. Errar una y otra vez se volvió para mí, como un mal hábito. Pero, ojo que no todas las malas costumbres son desastrosas. De alguna manera, equivocarse transforma a la prueba y el error en una especie de blindaje que nos prepara de mejor manera hacia las fases transicionales de desazón; esa oscilación regular al ir, de esperanzarse, al caer y en volver a pararse... ¿Y quién podría culparte por creer? ¿Quién podría sentirse feliz de ver a tantos hundirse en sus propias apologías cuando lo único cierto es que todo el mundo tiene algo que aprender? Incluso tú, con toda razón, yo.

Supongo que el amor, nos enseña a cada uno de nosotros que todo lo demás es completa y vastamente, absurdo. Es decir, la base de todo es la sintentización de actos amorosos (no es amor andar pensando cómo y dónde la pongo, como si el mundo no ofreciese nada más que eso) y cómo éstas acciones colocan en movimiento virtudes ennoblecedoras. Y por lo tanto, dar amor, creer que somos objeto de él, darnos a la ilusión de que nos hemos llenado de él, tienen que ver con lo mismo. El no obtenerlo, implica llegar a comprender que el proceso lo canalizamos en desfases, o que algo debemos aprender de ese no fluir... No soy de la creencia de que el universo te castigue y te sentencie como juez y parte. Más bien tengo la sensación  que el cosmos es justo, es preciso y oportuno y siempre aboga por que uno crezca y entienda que en la vida, hay que abastecerse de lo que necesitamos, no de lo que nuestra mente caprichosa tiende a desear. Todos los días estas dinámicas de dar, quitar, superponer, entremezclar, hacerte olvidar y luego llevarte tal vez al mismo sitio, nos consumen con su fuerza liquidante para aprender a ver (no solo mirar), para que finamente dilucides qué tan ciego has sido y qué se supone  debas hacer desde aquí y en más.

Como lo he dicho regularmente no se cambia una vida de ausencias por un instante de culpa.    

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