Lo desechado.



Una buena media tarde, leyendo algunas instrucciones inconscientes de Raymond Carver, se decantó lo que yace bajo el hábito de un aspirante a escritor. Debería rebanar de mis textos una no despreciable suma de palabras. Segundo, aprender a usar el punto aparte como testimonio de determinación y lo tercero, novar la semántica, querer esforzarme lo suficiente para encontrar la palabra justa a cada intersección de mis relatos. También hacer todo esto más seguido sobre el roneo, como en un inicio cuando no existía mi ordenador, abandonar el abuso burdo de mis dedos sobre su teclado... sintetizando: confiar en la creencia primitiva en que depurar (se) implicaba muchísimo trabajo, que era cierto aquello de ir una y otra vez encima de ciertas frases hasta saciarse de ellas y entenderlas con absoluta claridad... que al releerlo, también los otros, los lectores fueren testigos de la verdad que se quiso contar desde un inicio, incluso tratándose sólo de ficción.

Más que la depuración del adorno innecesario que abulta para mal e inhibe sopesar el conjunto armónico, ví aspectos en mi voracidad que siempre han estropeado el verdadero sentir del personaje bien armado. Ahí me enteré que mi método es muy similar al de F. O'Connor y una sensación de orgullo estúpido trazó una mueca en mi rostro; no por el hecho de parecérmele sino porque la locura que la historia te encuentre, no era tan descabellada después de todo; a otra ya se le había ocurrido mucho tiempo atrás... Quizás a esto se refirió Chejov en su tiempo al acuñar aquella grandiosa obra para el bronce: "Y súbitamente todo empezó a aclarársele...". Puede que se haya tratado de lo mismo. Porque yo siento que en medio de toda la negrura, algo fue removido de su estrecho sitio acomodado. 

Carver de alguna manera instala un argumento sobre cómo es, para él, un trabajo (camino) verdaderamente eficiente, pulido sobre una inconfundible base de talento y genio. A propósito de la narración corta, descubre su propio túnel de exploración y puede que por ello me haya sentido tan tocada y al mismo tiempo, cueste ser sistemática en la construcción de novelas demasiado largas (EMDLCA, fue una excepción). Yo, también esbozo una primera línea, puede que sea como un trazo divisorio de lo que puede o podría ser y lo que no será nunca. Tal vez solo sea un comienzo (pero en mi caso suele moverse, no es todavía definitorio). Y a partir de esta moción sobre un algo que pulsa dentro mío, van surgiendo nuevos pensamientos y contrapuntos, sin que sepa nunca cómo ha de concluir. Hay buenas mañanas en que las palabras nacen y brotan para calzar, pero otras veces la redacción acaba comiéndose el sentido de las cosas que quisieron revelarse en un momento dado. Aún no logro calibrar mis emociones mientras el enojo me hierbe la sangre.

Y sí, como lo dijo el poeta, es bueno dejar hablar a esas emociones, claro está, pero deben ser consustanciales al mundo del escritor, deben homenajear al paisaje con equilibrio y no con desesperación, pues entonces sobreviene que el rebalse de esa negatividad acabe trasladándose de mala manera al lector, quien sentirá la pesada carga emocional de aquellos dichos descontrolados. Para eso sería mejor apuntar un diario de vida más íntimo, más acotado a la bitácora personal del ser humano detrás del escritor y no al revés. 

Al final, el relato debe versar sobre una historia cuyas palabras convenientemente unidas, propongan un relato que desafíe. Eso creo yo. Intentar -como escribió Carver hace más de 20 años- revisar con ánimo de joyero cada una de las palabras apostadas en esa construcción, incluso las que por diversas razones dejamos fuera, pues aún desechándolas, seguirán implícitas en la narración...   

Comentarios