Mera Casualidad.



Me encontré con el hombre que dio vida a Santiago Heller. Y fue tan... no sé. Raro. De partida, el hombre encorvado y encima de un mesón eligiendo comida rápida, no se parecía mucho al tipo del cual creí estar taaaan enamorada. ¡Federico! —Le dije en singular tono sarcástico. Y él se volteó hacia mi enseguida, esbosando una hermosa y amplia sonrisa, que sí me llevó más cerca de lo guardado. Nos abrazamos largo, tan largo como podrían abrazarse dos personas que pudieron ser mucho pero que no significan lo mismo el uno para el otro. No son nada en el presente. No son menos que conocidos. Y mientras le abrazaba apretado, me fui al 2007... y mi cuerpo cansado pudo advertir sin deshonra cómo es que el tiempo evidencia sus estragos; él, con una evidente pérdida extrema de IMC, producto de su obsesiva adicción al pilates, al yoga, al spinning, a la cleta, y a un gran etc., tras haber descubierto que tener control sobre su cuerpo, en cierta forma invisibilizaba todo un pasado de infelices inseguridades. Y yo, todo lo contrario: echada al trajín, con cero respeto y conciencia Vogue... y muy consciente de que mi pasado de muñeca legalmente rubia, es una patraña que jamás me perteneció porque habría sido anti natura.
Mientras charlábamos en lo que preparaban sus chawarmas, le dije que parara, que ya era demasiado (de vez en cuando había chequeado sus fotos de wsp), que nada quedaba ya del cuerpo que hacía años me pareció rico y exquisito... Soltó unas carcajadas nada fruncidas y eso me causó alegría. Me dijo: me siento bien. No pasa nada; es solo que es un cambio radical de alimentación y de vida. Pero yo, yo tal vez fui una de las pocas mujeres que lo conoció verdaderamente, con negruras extremas, con ese lado B que dio para toda la primera parte de una novela.

Mientras me decía algunas cosas que con franqueza desoí, yo intentaba ver en su semblante algún signo de lo que en otro tiempo tanto me impactó de él. Pero no hubo caso. No lo encontré. De hecho, apenas nos despedimos con otro estrecho abrazo, me puse a caminar lo más veloz que pude en mis condiciones, tan rápido como si tuviese la necesidad de escapar sin voltearme.
Tras unas 10 cuadras, me pregunté qué nos hace ver a algunas personas de una manera y a otras, tan distinto. Qué hace morir al amor, al deseo, a la expectativa, sueños e ilusiones cifradas en un alguien en determinada parte del recorrido. Ya, al poder diluirme en otra comuna, me pregunté incluso si de conocerlo así lo hubiese notado...

Hoy no queda nada de eso. Nada de mensajes furtivos, nada de desearse cosas bonitas, nada de real nada. Y está bien. Hay evolución también en las muerter por causas naturales. Y nosotros morimos hace mucho. No sé quién yace bajo tierra y cuál sobrevivió de los dos. Pero sí sé que no existe resentimiento. Yo creo que es displicencia. Y esta vez brota de mi.

Qué loca esta oleada de sincronizaciones varias.

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