Nueva Sensación.



A veces tengo una sensación desierta; es como no tener definición, como recurrir a muchas bases referenciales del lenguaje y aún así, no ser capaz de sellar el contenido de esa emoción no descriptible. Y lo digo así, en mi afán descritor, en la mínima y precaria posibilidad de construir narraciones honestas sobre lo que es, sobre lo que es vívido y expuesto. No sobre el adorno que requiere la fantasía. ¿Y cómo no? La fantasí y yo, no nos llevamos. O mejor dicho, siempre me hace zancadillas.
Tiendo a creer que se debe a mi traición, es decir, un buen día para mi y pésimo para ella, opté por bajar la venda sostenida sobre mi mirada. Y entonces no tuve alternativa: debíamos divorciarnos pues los treinta y tantos años anteriores a ese lúcido momento, habían sido una eterna involución, una cama arulladora, un nido atontador en donde todas las posibilidades de crecer, habían cedido al comfort de las ilusiones ópticas. Y la dejé.
Pero ella se resistió largos y tormentosos años, vaya que dio pelea la muy condenada. Fuera que no. Pero, no iba a servirle de mucho pues si a mi me encanta la distopía, solo es para atravesarla con mis ojos, ni para construirla no para ejercerla.
Con la fantasía aplastando mi conciencia siempre podía ilustrar fantásticamente cualquier cosa que me pasara; las buenas, las más o menos, las que necesitaba desaparecer, sobre todo. Y dentro de un contexto de mendicidad en donde siempre creí no merecer nada más allá de lo que yo misma pudiese procurarme con algo de sutiles fantasías, funcionó tan bien que prolongo la fuerza para lo pertinente.
Pero yo cambié, y como tal, a la altura de dicho cambio, la fantasía no me sirve. Al contrario, me recuerda la impresionante cantidad de desperdicios, de mediocridad, de estupidez que uno se pega y de la que es parte solo para recibir, migajas.
Entonces, aunque no sepa identificar esta nueva emoción, acudo a otra distinta: templanza. Y pienso que cada cosa que sucede me acerca más a lo que necesito, a mis fines, a mis ideales, a mis verdades más honestas, a mis caminos solitarios que aunque pedregosos, deben conducir a sitio alguno.
A veces me acuerdo de ese hombre que tanto dijo quererme, pero que con la espectacularidad de su sórdida cuerda de fantasías, demostraba diametralmente lo contrario, para acabar un día de rodillas frente a mi pidiendome que lo perdonara. Pienso en él y que siempre debemos observar cuidadosamente el lenguaje de la lucidez, porque en el camino siempre habrá rebrotes de fantasía y no es malo, solo que al menos a mi. Ya no me es suficiente, porque ya no la necesito para mantenerme de pie. Para sostenerme.

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