Potentes verdades.





Me quedé algunos minutos en blanco frente a la pantalla. Y lejos de ser algo malo, creo que empezará a darse con algo de frecuencia. Porque si bien todavía hay muchas cosas sobre las cuales quisiera escribir (y todavía no me siento capacitada), hay otros contenidos que van agotándose por sí mismos; se han desnudado enteramente, no hay brillo en ellos, todo se ha escarbado, se encuentra expuesto y como tal, pierde su atractivo. Quiéralo o no, la desgracia de ver multiplicarse al fanfarrón promedio, me deja un poco sorda, un tanto ciega, un tanto pegada frente al dilema de qué ocurrió primero, el interés o el estímulo, la carencia y/o deseo o la concreta percepción de hallarnos frente algo genuino. Y la verdad es que no lo sé. Pero acaso, las pocas veces que creí estar apostada frente algo particular, la mayoría de tales oportunidades concluí que solo se trató de mi buen deseo, digamos que de una legítima apuesta al descubrimiento, interesarse por algo o alguien, un otro que trae a nuestra conciencia, realidad diversa, óptica con prismas nuevos que nos hace -la mayoría de las veces- bastante bien. Pero (obvio, seguido hay peros, todavía...) a veces estimados, hay veces en que una no quisiera resolver ponerse creativa e intentar dar explicación a lo que francamente, no lo es. A veces la verdad detrás de x situación sencillamente es un NO. 

Y a mi, se me ha decantado la oportunidad para concluir que de eso se trata, de un NO, grosero y mayúsculo que no será explicado, que no será detallado porque en principio, se trata de gente que solo le interesa lo que no puede poseer, que va con retórica por la vida en la cual no da la talla, y se cree libertario de no sé qué cosa. Pero, claro está, en el fondo no más que un ser que sólo suma en la pila universal en donde muchos más ya fueron apilados. Esto a la larga es como una corriente migratoria cíclica por donde desfilan los mismos pelafustanes que declaman ser de un modo un otro, cuando en consecuencia han sido cortados desde el mismo paño y con la misma tijera. No hay mucho más dónde ver.

Y bueno, ¿Por qué pasará esto?

Tampoco es  tan complicado el misterio chino... Básico. Se trata de naturaleza. El hombre alambra su existencia hacia afuera, expulsando, vaciándose, decantándose y ya está. En cambio, la mujer recibe, acumula y va llenado sus receptáculos en todos los sentidos posibles (no sólo en lo sexual). La mujer recibe el impacto del fanfarrón, del zorrón moderno y hasta del inconsecuente libertario al peo que un día descubrirá que su cuenta corriente, ya no existe, y que deberá lidiar al igual que todo el resto de nosotros, con todas las consecuencias de sus malas actitudes (no hagas cosas buenas que parezcan malas), todos despliegues que según él, hallaban sentido en su propia búsqueda. 

Pero la realidad es que estas arenas están contaminadas por las mismas calamidades de antaño, pues somos así. Pretendemos decir y hacer suprimiendo al resto, creyéndonos la mar de superiores y usurpando la letra de próceres que hicieron exactamente lo mismo, en sus épocas y en sus realidades, pues toda esta miseria no es más que un bucle que se estira a través de los siglos.

Mi nuevo psiquiatra me ha sacado cresta y media, y ha logrado lo impensado: VER. Entender que hay personas que no nos quieren, que no están interesadas en vernos, en oírnos, en prestarnos atención o lo que sea que verse sobre nosotros. Y lo peor de todo, es que no puede hacerse nada al respecto, porque es parte de la condición humana. Y además, esas mismas personas se lo harán una y otra vez a muchas otras personas, como si llevasen consigo una espada invidible que va sacándole tajadas a la gente sin importarles demasiado. Entonces, la pregunta del millón no es por qué son así, o por qué existen; la interrogante relevante es por qué, alguien sano querría a personas así en su vida, o lo que es parecido, por que darles tribuna, por qué insistir. Para desgracia mía, la respuesta es más compleja de lo que hubiera deseado. Por una parte, se trata de perdonas con algún grado de desorden, de desajuste, lo que facilita la entrada en la vida de las personas que son más frágiles...

El trabajo más frondoso de este último tiempo es entender que este tipo de personalidades son la mar de manipuladoras, y pueden muñequear con la habilidad de Houdini. ¿Lo quieres tú? Me pregunta mi Doc. Y hoy, después de mucha batalla, acepté que no. Que yo quiero incorporar todas las cuestiones incomprensibles, que deseo ser medio Roberto Carlos, etc, pero evidente que no deseo perpetuar el fastidioso loop de pegarme gente que se diluyó y que no ha dejado nada significativo qué rescatar, más que el aprendizaje de que no queremos tapárnoslos ni de asomo, ni en cuero de ellos mismos, ni vaciados en la semejanza de réplicas cuando opera el nunca bien ponderado denominador común. 

El acto de valentía también implica procesar por qué no gustamos a veces, por qué nos pasan de largo, o qué hay de insuficiente en nosotros (Sencillamente hay tendencias, hay preferencias, hay química, hay fantasías, hay cuestiones genéticas de absorción, hay una sutileza en el amor que nadie ha logrado explicarse aun...). Y en este sentido, la identidad es fundamental, porque claro, alguien podría llevar su bandera de lucha hasta el límite y decir que se siente invencible en el espectro de su soledad escogida, pero, por qué se observa tanta tristeza alrededor de ellos cuando comen solos, cuando se sacan fotografías para atestiguar que estuvieron en una que otra parte... porque francamente, esas personas no son ni la décima parte de lo que pregonan ser. Esa es la única verdad. Sería realmente admirable verlos reconocer que han sido igual de despreciados, de ninguneados, de cambiados por otros envases mejores, de características y circunstancias mejores... Esa si que sería la gran aventura: testimoniar que se está solo porque se hace insoportable admitir que no se invierte en estar con compañía, y eso si que ha de ser bastante duro. 

Al final la resta para mi ha sido provechosa. Debe ser porque mi expectativa se ha ido acomodando al exitoso ejercicio de ser normal, y no normal como una mujer que renuncia a sus manías, a sus hábitos y fetiches, sino que normal como la persona que aprecia a la gente sensata, a la gente predecible solo porque es predecible, porque para variar sí importa estar tranquilos, sin tener que siempre estar desafiando a alguien y no por arranchado, sino porque simplemente se agradece un desayuno en compañía, porque somos humanos, porque nacimos con instinto gregario y porque nadie es tan eficiente como para procurarse el cien de autonomía. Esa es la mentira más grande que pueda irrogarse el insolente por naturaleza que cree que toda la vida le financiaran sus caprichos de niño rebelde. 

Me la pasé una eternidad en un foso oscuro, enojada conmigo misma y con todos, demente y precaria sin entender que el desprecio de los demás no tiene por qué ser una dinámica de trastornos, sino también una opción para entender qué estamos atrayendo, y qué realmente queremos conseguir. De hecho, he vuelto a mirarme al espejo, entendiendo que la mujer que hoy está ahí, es la misma de los 14, y que hoy convive con el adicional de los años, de la experiencia, lo que sobra y lo que fue arrancado, lo que está entremedio y con la única consiga real que debería importarnos al menos a nosotros: Nunca más mendigar nada. Procurárselo. 



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