Puzzle.
Al principio tuve un miedo paralizante. Esa es la verdad. Creo que las primeras veces era una odiosa, insegura y temerosa de casi todas las cosas que pasaban a mi alrededor. Tenía pánico de que la gente me viese como era realmente. Y sí. Aunque uno no lo quiera, más de alguien te acaba viendo así, tal y como lo eres. Y el adorno en el que pusiste tanto esfuerzo. se fue al carajo.
¿Ves?
Ves que de nada sirve, ocultarse...
Y claro. El miedo es como un colador y el grosor de la malla, es como la intensidad de ese miedo. A veces, la malla está lo suficientemente recogida y apretada, cedazo macabro por donde no pasa nada. Otras, puede que otras veces se haya opuesto tanta presión para forzar la entrada hacia otro punto, que cede. Quizás el denier también acaba adaptándose. O tal vez nuestra actitud cambie. Pero el asunto es que hay días en que lo sé todo y me siento poderosa. Sé cómo esperar, incluso hasta sé cómo he de cruzar las piernas en señal de reposo, de calma, y de paciencia que es tan escasa en mi. Pero aun así, lo sé. No tengo dudas de ello.
Y otras veces, la malla se tensa, se repliega de la misma manera de todas las otras veces, se apaga el trazo de luz y regreso a la oscuridad diaria. ¿Quién desea vivir así?
Por eso, no sé qué haría si no tuviera mis brazos, mis manos, mis dedos que teclean veloz; que sería de mi ser ni hubiere deseo, si no sintiera esa pequeña cuota de esperanza... si mis piernas no avanzaran sobre el terreno descubriendo los paisajes que me conectan, las miradas sobre las postales emblemáticas, los párrafos que se me graban, el testimonio de la gente que escribe y que sueña... Qué sería de mi sin los designios inquebrantables, sin la fuerza de la naturaleza que restaura la piel; cómo se sintetiza todo, cómo se filtra todo en un tramado invisible y único para el cual no tenemos argumento mejor.
El miedo es el placebo del diablo, el argumento más tirano que haya experimentado. Hay días que me envuelve y me convierte en persona vulnerable y frágil, todo o aprendido desaparece; me violento y la dinámica del puñete reaparece. Pero otras veces, el miedo se diluye, pierde su fuerza, el antídoto no puede escribirse, no hay receta. Es misterio divino. No se debe a alguien, ni siquiera a nosotros mismos, pues hay una corriente subterránea que dinamiza, que ordena, que coloca las piezas precisamente dentro de un gran puzzle, un rompecabezas eterno, sin norte, sin sinopsis. Sin retorno. Pero lleno de vida para renacer.



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