+Bien.



Es la primera vez en mucho tiempo que caigo parada, que concluyo rápido y ansiosa camino hacia casa. Me detengo en las cercanías de un almacén y hago algo tan pedestre como coger pan, pensando en la hora del té, en que mis roomies andarán por ahí deámbulando, jugado con Happy, el gato más bonipeludo que he visto y yo, seré parte de aquello.
De que la vida cambia locuazmente, ya no tengo más dudas y la parte en que aparecían los peros y yo acudía a una retórica de resignación para justificar mi rancio movimiento de neuronas, de a poco regresa al patio de los desechos por aprendizaje. Van quedando suspendidos en el aire cercano, pequeños pergaminos que datan instantes perfectos de los que ahora apunto con la sencillez del que desea dejar una línea ligera, un recuerdo apuntado por ahí solo por gusto, pues mi camarita tipo Elizabethtown, siempre retrata lo precioso de cada mágico momento... Las pláticas prosiguen, los espejos van destellando sus reflejos y todo aparece tan diáfano; cada pieza se desliza sin apuros hacia el lugar que pertenece, y es grato. Para variar, estoy oyendo, estoy viendo y no solo mirando, estoy entendiendo y no juzgando.
Lo único que quizás me ponga meditabunda, puede ser el asombro del no voltearme hacia atrás; tantas voces apagadas, tantos nombres deslavados, tantas caras que acabaron en nada. Y que impresionante que signifiquen tan poco o casi nada. Incluso aquella mujer bestial que hizo de mi estancia cerca suyo una suerte de ritual epifánico lo suficientemente ilustrador como para darse cuenta qué tan necesario era cambia.
Y ahora que me encuentro echada en mi cama, comprendo para qué debía perderlo todo... incluso, la cordura. ¿De qué otra manera podría entender el valor de un lecho mullido? ¿Cómo hubiese descubierto el sabor de las preparaciones sanas? ¿La singularidad de la no promesa? ¿La finura del tiempo presente? ¿Los mensajes pertinentes? ¿La incalculable belleza del amor en los inponderables aciertos del destino? ¿Lo bonito que es pensar en ti y no sentir angustia?
Es verdad. Porque necesitaba escarbar. Y mucho. Y al quedar expuesto encontré a la vieja Angelito, la niña más dulce del planeta, la que ahora ha vuelto a quitarse los zapatos, la que rie destemplada y es otra vez el bufón de la jornada, pero ya no lo hago para franquearme algo. Simplemente pasa porque lo siento, porque se cayeron las barreras, creció una red y está tejida de edredón amoroso, de fibra auténtica y de colores furiosos...
Muchos años atrás solía preguntar a la gente cómo se sentía y me molestaba al escuchar un sencillo BIEN. Pero se acabó el misterio. Era cierto. Esa era la respuesta. Porque los Fabuloso, los Máximo, la superlatividad y la exageración no van. No entran más. La respuesta exacta es así. BIEN. Porque es la verdad, porque en lo simple y en lo sencillo está la fórmula del amor fundamental a nosotros mismos, a nuestro aprendizaje para entender qué significa realmente sentirse bien y estar bien.
Mi eterna gratitud a quien no falla y cumple cabalmente todas sus promesas.

Comentarios