El Equilibrista.
Lo más seguro es que Arthur Fry,
nunca imaginó los alcances de su invento. Puede que yo mucho menos si tenemos en
cuenta que hacia el año 1980, apenas y era una cría sorbiéndome los mocos.
Otra cosa devino a mediados del 2022... Yo, una mujer grande, con al menos 4 intervenciones
en el cuerpo y varias células degeneradas exhibiendo sus tajos, contaba a mi
haber un cuerpo deteriorado (estéticamente hablando) y sin embargo, titular de
un rizoma sobre imaginación tan lúcido, que no recuerdo se pareciese a otros ni
aun bajo períodos de claridad anterior...
NAVARRO llamó
alrededor de las 07:45. Y retengo específico este dato debido a sus raras
costumbres, en especial la de jamás levantarse antes de las 11:00 de la
“madrugada”, como solía vociferar entre dientes si le importunaban. ¡Levántate
de inmediato cabrón! —Soltó de golpe con manifiesto tono de alarma. Y esta
circunstancia funcionó. Ese fue el punto de partida para todo lo demás. Cogí el
tren de las 08:05 y solo a bordo comprendí la gravedad del llamado. David Torres
Lira se había volado los sesos. Sí. ¡Se los lanzo de una! La historia de estas
páginas narrará hechos teñidos con sangre. Nada qué hacer; contar la verdad
suele ser difícil, pero mucho más es comprender el desafío que implica
administrarla.
Si me lo pienso bien, jamás me ocupé de los
paisajes; saltar de autobús en autobús, de carro en carro, de expreso en
expreso de o de avión en avión, no fue nada agradable. De alguna manera sentía
que mi percepción del tiempo se alteró irremediablemente a consecuencia del jet
lag, entre otras incidencias. Tanto cambio de escenario abrupto tuvo un impacto
radical en mi forma de vivir la vida, de enfrentarme a situaciones y sobre el
particular, comportarme con personas aparecidas en la línea de brevedad,
marchándose de la misma manera y sin dejar grandes registros neuronales. Pero
claro que existen reparos en mi argumento todo esta palabrería se va al
carajo si debo pronunciarme sobre Torres Lira... como si al narrar y exponer
debiese recurrir a argumentativa de Copenhague, cuya arrogancia en su ser
invalidaba clásicas aproximaciones sobre espacio, tiempo y causalidad... Por ello la panorámica
de aquél Febrero permanece inalterable en
mis recuerdos. Había empezado a refrescar, corría aquella brisa que se
asienta magníficamente hacia finales del verano. Las gentes no regresaban aún
de sus vacaciones por lo que Santiago todavía gozaba de una sana vibración
medio fantasmagórica tan propia de lugares vaciados. Podríamos haber elegido
cualquier barsucho del mítico Barrio Lastarria, pero Julia decidió citarme en
la antigua cafetería Universitaria de la calle Portugal, un milenario cuchitril
que infinidad de veces sirvió de guarida a cientos de reuniones politiqueras en
tiempos electorales; éramos otras personas. Yo ya no me reconocía en esa
facción del pasado. Pero Julia se comportaba de aquella forma tan filosa, siempre
empeñada en orillarnos a un eterno despeñadero, presta a saltar, segura de
aventarse, para lo que fuese que le pidieras sin cuestionar que la vida pudiere
acabársele en ese mismo instante. No la contradije. Cogí un soberano impulso
(inspirando de modo tal que mis pulmones abrazaran todas las sombras esparcidas
por nuestra ciudad), y dispuse mi cuerpo a caminar sin prisa en esa dirección.
Dibujando un cordón de tiempo que saltó episodios tristes y reeditaba pasajes
felices, revisité sitios memorables de los 10 años previos; había olvidado lo
estupendo que era todo aquel perímetro, el volumen del Forestal alienado en su
espesura, en su verdor exultante, parecía que algunas voces aún permanecían
oyéndose, hasta me pareció reconocer la de Martín, la de Fernando o la de
Marina... No había procesado cómo fue que el tiempo sustrajo nuestros mejores
años sin siquiera consultarnos o tal vez acaso mostrarnos las consecuencias de
hacernos los desentendidos. Y entonces, atender estas postales me inundaba de
nostalgia, traía desde todo ese pasado común con Julia, una vida tan distinta,
tan bizarra y difícil de calcular. Mirar estos lugares como si fuesen una
secuencia descolgada del fallo cronológico, acentuaba el dolor vinculado a una
vieja herida, no necesariamente por la separación con Julia sino por todo lo
que nuestra ruptura desperdigó sobre los otros, igual que con las esquirlas
tras una enorme explosión condenada a suceder desde el inicio... Entonces,
reunirme con Jul’s (como más me gustaba llamarle en nuestra intimidad...)
incluía añadir a David: El hombre al que metió en nuestra cama.
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