No solo sobrevivir.



Supongo que por vivir rápido y ocupados de lo mediático, algunas circunstancias desaparecen. No creo que sea evitarlas (permanecen suspendidas en alguna parte), imagino que de alguna forma el individuo —casi a nivel inconsciente— ha organizado sus opciones y establece su ranking sobre atendibilidades, prestando atención a lo que llama; entran acá entonces las motivaciones, los estímulos, las necesidades explosivas, las obsesiones... A mi entender he crecido una enormidad en ciertos aspectos (me encantaría y fuese transversal en muchos otros); me veo «viendo», me sorprendo escuchando más (incluso constato in situ obligándome a prestar más atención integrando a mi mente el mundo ajeno desde la óptica del otro) y es como deslizarse en un territorio del que sé poco. Incluso corpóreamente tampoco entiendo muy bien la sintomatología de estos cambios.
Es tan cierto que la vida cambia. Cambia de pronto querámoslo o no. Entonces también diviso que estos cambios deben adquirir una trayectoria diferente. El efecto que tenga en mi debo cuidarlo, debo ocuparme para erradicar la negatividad de impactos que me sean menos favorables.
He captado estas cosas a propósito de haberme instalado cómodamente en un nuevo hogar. Este es un sitio en donde a primera hora de la mañana, el fabuloso sol de invierno ingresa por el oriente. Toda la luz penetra las ventanas de techo a suelo y da la sensación que los tules adquieren vida propia a partir de suaves oscilaciones que parecen armar una coreografía, un ritual de resurrección que abre caminos de bienvenida hacia la dimensión del sanarse... Parece ser que había olvidado aquel precioso don de la reinvención, el ponerme de pie tantas veces como fuese necesario, batallar con una gran sonrisa instalada en el rostro, imponerme el rigor de usar sabiamente el sentido preciso de algunas palabras constructoras, arrancando las habituales garras del resentimiento y el dolor que produce la eterna pugna con la revancha. Relativicé el cansancio y la amargura al punto tal que les convertí en ángulos domesticados acabando encerrada en traumas. No me permitía redimir. Y pienso ahora que esa autovictimización me impidió vivir infinidad de aspectos además de suprimir la visión crítica que necesitamos para lograr avanzar en todos los desafíos que van apareciendo. En ese camino me transformé en alguien tosco, con pocas ganas de ser la chica graciosa de tiempo pasados, esa muchacha primero y mujer luego, atractiva por ser así, por ser genuina, segura de sí misma y que no miraba hacia los costados para validarse. Despertar de repente y reconocer que de verdad eso se esfumó, es difícil de abordar, porque no siempre se entiende al admitir los dobleces, que a veces uno quiera ser así, desee permanecer así de rudo. No sé por cuánto tiempo, pero gustas ser rudo.
No pretendo seguir endureciéndome, claro está. Pero sí llegué al convencimiento que me gusta tener estas capas que van filtrando a la gente, no ser descuidada en darme así, llana y presta hacia cualquier situación o persona, porque el enfrentarse al despojo, a los engaños, enseñan. Y uno cambia. Creo que aprendemos a entender la importancia de observar cómo es que las situaciones van desenvolviéndose y así, avanzamos captando lo que el devenir trae.
Por eso creo que en esta etapa, me siento más lapsos equilibrada, más cerca de comprender lo que antes simplemente ni siquiera se veía. Así que agradezco a cada persona que me fregó la pita, la que se burló, la que me puso etiquetas mezquinas, la que solo me pasó de largo...... a la gente que no me cuidó. Todas estas personas me enseñaron a ver que parte de eso también vivía en mi, pues he sido descuidada, he sido poco amorosa, he sido incapaz de amar bien. Pero nunca fui desleal.
Avanzar. Porque avanzando se vive. Y yo elegí vivir a concho.

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