A lo Escobar.




A lo Escobar.

A propósito de la entrevista hecha a Álvaro Escobar en www.paula.cl, me pasaron varias cosas; incluso: llorar. No es que esté viendo Rojo o algo parecido, sólo enciendo el televisor para ver muy de vez en cuando ciertas cuestiones en el cable y muy muy a lo lejos... Más que las preguntas formuladas por el periodista Rodrigo Miranda (Sí, el mismo exigente columnista en CULTO), me toca el precioso lenguaje que usó el propio Escobar, el mismo que hace años atrás me inspirara a renombrar uno de los personajes centrales en El Mundo De Las Cosas Aparte Y me llega, creo que al sugerir lo que llevo masticando durante algún tiempo no menor y que él sintetizó para el bronce: “En todo lo que hago es difícil operarme de algo...” Y antes había dicho: “Me cuesta distinguir entre esos roles, no me puedo dividir en diferentes planos...”, refiriéndose a los múltiples roles que ha desarrollado a lo largo de su vida. Me llega porque así es no más; nada de lo que haya hecho en mi vida importa cero, sino al contrario. Y puede que ésta sea la única razón por la cual a veces se haga tan complicado deslastrarse y seguir hacia adelante como lo hace todo el mundo. Si planteo una queja dentro de mi grupo laboral de wsp soy manifiesto motivo de burlas y desacreditación (he ahí la vieja amargui rezongando una vez más...), pero ¿Qué hago? No por la burla se me quitará, es decir: no por la estigmatización olvidaré qué cosas están definitivamente mal. Y sí, no te llevas un premio a la popularidad, no eres incluido en carretes, no eres considerado a la hora de partir a almorzar y la lista se extiende, pues una inmensa mayoría no tiene interés en oír problemas. Lo que desean la gran mayoría de las personas es flotar, es inocularse de cualquier inconveniente, hacerse la vida amable y siempre vivir alienado; gozar. ¿Tiene algo de malo? Por supuesto que no. ¿Para qué esforzarse toda una vida si la dirección no apunta hacia el bienestar? Un asunto de lógica impone tender a ese propósito, claro está. Sin embargo, la corriente se abre justo sobre un exacerbado énfasis de este destino, excluyendo deberes, obligaciones y responsabilidades como si estas aristas, fuesen argumentos de Marte y yo fuese la marciana molesta que hace ruido e incómoda en todas partes. Y sí, me encanta el ruido, citando al Álvaro Escobar, me es imposible operarme de algo en todo lo que vocifero, lo que planteo; las cuestiones que me importan a nivel comunitario deberían estar en la base del pensamiento de la gente que hace de todo para desoír, para desabrocharse de obligaciones que le acarren ejecución de prestaciones desagradables. Por cierto que sí: ¿Quién de buena cara oye la deposición de una larga lista de desbarajustes institucionales? ¿Te gusta escuchar sobre los mendigos que pasan la noche en la calle justo cuando enciendes tu calienta cama? Yo creo que no. Y bueno, así es no más. Dios me hizo de este modo, tozuda, conflictiva y conflictuada, demasiado consciente para ser convidada al festín romano  del Baco tercermundista y sí, la paso mal, la paso pésimo a veces cuando un “amigo” se burla soterrado por angustiarme a causa de la salud de la madre de mi mejor amiga; ¿tendría que vivir con ella para ser titular de preocupación? ¿No puede tocarme el dolor ajeno?

Claro que me cuesta distinguir entre roles, pues soy la que exige justicia, la que reclama equidad, la que no puede explicarse que exista tanta gente evadiéndose de casi todo, atrapados en pequeñas cajitas compuestas por intereses mezquinos y personalizados en función de prismas tan acotados y estrechos. No es la primera vez que leo por ahí que hay que reacomodarse; si no se puede en ese canal, ve y búscate otro, ve e inténtalo de otro modo, esfuérzate el doble una y otra vez... como si el embudo no nos causara ninguna consecuencia ni dejase ningún estrago, como si ese enorme diámetro anchísimo sobre el cual se balancea el resto, fuese quitando más y más espacio al angosto tubo que de suyo se entiende asfixiante. No obstante, esta vez la lectura de aquella entrevista me hizo sentido y ha de ser porque al leer cada línea, se “oye” como sonaba la voz del actor, abogado, diputado y hoy conductor, en los trasnoches de entrevistas más íntimas en que se deslizó su espíritu sincero y aquella connotación vocacional de servicio de la cual comenta. Puede ser justo lo que él posee y yo carezco: vocación para el servicio social; dar, entregar, sin mirar a quien. Y sí, capaz que sea esto en lo que deba trabajar. Primero, quitando los peros y luego, añadiendo aportes a las críticas, proponiendo soluciones para evitar el quejumbroso eco del reclamo.
Hay días en que las cosas aparecen luminosas y que todo se hace fácil. Y también están todas las otras situaciones que molestan, que pinchan adentro, que te transportan hacia otras ventanas sin luz, y por eso me agoto, me canso y reclamo. La base del enojo se va distanciando de los antiguos gatillantes, aunque si admito que ciertas conductas en las personas promueven el recuerdo amargo sobre dimensiones pasadas. Es como una constante que se va perpetuando en el tiempo y con respecto lo cual es muy difícil hacer algo: lo descontado es que no depende de mí, sólo depende de mí tomar distancia. Y voy aprendiendo cada día, abro la puerta de mi dormitorio y ahí está mi mundo, mis pocas y valiosas pertenencias pues no son joyas ni fardos de billetes ocultos bajo el colchón; se trata de un par de ventanas abriéndose en dirección del cielo, uno bien generoso dando hermosas postales cargadas de nubes que emulan motas de algodón colgando de un azulino diáfano; está la cama de dos plazas en la que puedo rodar porque se me concedió cósmicamente más espacio, en la que amanezco cada mañana agradecida de contar con ella, agradecida porque mi espalda lo merece; unos cuantos libros a los que acudo ciertos días para recordar algo que me hizo sentido y los cachivaches que mis manos utilizan para crear, para ensamblar, para intentar suavizar la rudeza de sentirse tan solo rodeada de tanta gente.

Debe ser por ello que de alguna forma, a nivel inconsciente escogí su nombre para alterar otro real, porque este (Escobar) siempre me pareció un tipo más dócil, más emocional, más sensible a la dermis social, a la cruenta transformación de Chile que va ramificándose en sectas, en predios, en guetos, cada vez más apartados los unos de los otros, cada vez más violentados por la cola del diablo. Puede que dentro de mi corazón creyera que mi Álvaro, el ficticio, pudiere cambiar, acercarse a algo que fuese. Pero no. Hacia el final de dicha novela, Álvaro Cardone se consume en su ley. Y de seguro, cada vez que los paraísos terrenales se acaban, me pasa que me acuerdo del verdadero hombre detrás del personaje ficticio de mi novela, y lo recuerdo porque él representa todas las cuestiones más terribles que me pasaron en la vida de atrás, las más ácidas, las más negras y tenebrosas. Ver sus actitudes en otras personas que creí diferentes, me sacude para mal. Aunque debo admitir que es un síntoma de equilibrio: Cada vez que hago la asociación, siento que algo invisible me advierte, me hace comparar y rechazar con todas mis fuerzas su influencia.


Al final, cada uno de mis roles me convierte en lo que soy hoy.  

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