Buen viaje al chico que gritaba debajo de su cascada...




La vida es todo lo peculiar que nunca llegas a imaginarte del todo y aún lo imperfecta que abunda apenas te das cuenta que nada está bajo tu dominio ni control...

FIN, significa: Momento en el que deja de existir, ocurrir o hacerse una cosa. 

Es decir, no necesariamente: mi ser, mi cuerpo, mi mente. Sí, mis enfermas ganas de ser como solía ser.

Mi propio fin, a diferencia de todos los otros finales inventados y que solía apuntalar relatos fantásticos, no iba a sacar de mi corazón la angustia de sentirme incompleta, casi siempre, cosa que a la larga, no tuve remedio en aceptar, incorporar y canalizar para que haga el menor daño posible en todos los días que me reste vivir. Ganas de pegarme un tiro, siempre están. Más el fin que me impuse, era vital, porque es poner fin a la parte de mi que se impide a sí misma, sentirse mejor, darse oportunidades, coger la vida y no, huirle.

Durante algunos meses, orbitaste mi vida y yo, orbité la tuya, en la sombra, creyendo que eras tú una fórmula para salvarme. Pero también tuve que poner fin a ello. Era una más de mis fábulas bien narradas, bien alambicadas, bien enrevesadas. 

Verte como se ve uno en el espejo, me hizo pedazos por dentro y por fuera. Sin embargo, hay que destruirse y hacerse mierda para entender de qué estamos hechos. Comprendí que me orillaste a un límite que no conocía y me hiciste recordar qué tipo de escritora quiero ser, pues nunca podré estar a  la altura de lo que tú logras construir con tu relato.

Espero que esta declamación sirva como alianza de paz, factura pagada, estrecharse la mano a la distancia.

Estoy mejor. Es otra vida. Estoy en otra parte.
Y tú, estás en la parte de atrás de mi cerebro como un recuerdo puntudo; de esos que pinchan en el corazón.

Buen viaje, de lo que te quede.  
Y gracias, siempre.

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