Tú. Menos que nadie.

Lo pienso dos veces antes de montarme en su auto, tengo clara la consecuencia de cerrar la puerta y enmudecer el resto del viaje... Ni siquiera la vieja rutina existe ya, Felipe ha cambiado, tanto o más que yo. A ninguno de los dos nos importa significativamente, ni a él ni a mi nos queda mucho pudor detrás de una escena recurrente a la cual acudimos por necesidad, por soledad....... porque en una guerra silenciosa de penes depresivos, el suyo es el que menos lastima. Por último, el que menos fastida una vez alcanzado el mezquino orgasmo que no sea provocado por las manos.

Pero esta vez me equivoco. Estoy dada para un amplio repertorio de erratas, combinaciones rarísimas entre mal ojo, precipitarse y esencia de Roberto Carlos, desmesurada... demasiado pueril para la extensa renegociación de deudas y karmas de nunca acabar. Me asesta de golpe que va a casarse, que esta vez si va en serio, que «ELLA» es la indicada.......... Y yo, a pesar de todo, sentí un enorme alivio, de esos enormes y totales pues siempre tuve razón en no amarlo: Siempre supe que un día equis me daría el tiro de gracia, sin notificaciones subsidiarias, ahí, en persona, como si realmente estuviese buscando en mis facciones algún rastro de expresión compungida, símtoma de arrebato, molestia o cualquier razgo analogable con el asombro. Pero esperó en vano. Eso no iba a sucederme. Ya no me pasan esas cosas con nadie.

Y lo único que pude hacer fue decirle: Entonces, me toca cumplir....... ¿Cierto? Así es; esta vez estás en mis manos!!!! Y entonces me dije que nos es bueno hacer promesas de juventud, influenciada por las drogas, el alcohol y una que otra pasión al fragor de estupendos orgasmos pasados. Y entonces admití que él había ganado mucho antes aquella vieja apuesta, esa en la que me obligué a quedarme toda la noche, hacer de cuentas que somos una pareja cualquiera, que yo lo quiero, que usaré pijama y que tendré que besarlo en los labios.......

Ultimamente me estoy equivocando en casi todo, sobre todo si se trata de hombres, porque nunca me enamoro de los que quieren, de los que me esperaron toda una vida, de los que incluso, antes de iniciar una vida diferente, me piden quedar, me cobran la vieja promesa de estar en cuerpo y alma presente.

En la radio del auto suena aquella vieja canción de Beck que practicamente no toleraba oir porque las piernas dejaban de responderme, me pregunto por qué la vida es así, de un sarcasmo violento y petulante; mientras más intentas olvidar, arrancarte, borrar todos esos recuerdos centellantes que pinchan tanto la mente, más se acrecienta la escena en donde todo recapitula otra vez. Felipe conduce su flamante auto del año con una sonrisa victoriosa, miro por el retrovisor y noto las bolsas de supermercado, y entonces lo entendí todo. Había escapado durante doce años del único hombre que siempre me quiso tal y como soy y esta noche, será lo más cerca que esté de un eterno resplandor que quedará grabado en mi memoria para siempre.

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