Llaves.

En los estertores de la dimenzone Tinder, te conocí. Para hacerte un cuadro, me volví loca. Pero loca loca de fascinación. Es verdad. Una foto, una cazuela, los libros, y otras pocas cuestiones que quedaban colgando, me pusieron eufórica. Había algo tan bonitamente transparente en tu mirada que la tuve clara desde el día uno.

Pero me falló el ánimo en las preliminares del diagnóstico y me porté idéntica a todas las otras veces: Miss paranoid... Pero esto fue la consecuencia, creo que antes hubieron unas frases desafortunadas, una voz que no me hizo sentido, una forma arrolladora de conversar que me impedía sentirme a gusto. Esto también es cierto. Y sin embargo, nada de eso importa ya. Mientras más hablamos, más comprendo que los problemas los tengo yo, que es mi radar el dañado y que en efecto, necesito aprender a cultivar más allá de lo que mi estrecha visión sea capaz de procesar.

Hoy, se que eres mi amigo, que cada gesto que has tenido hacia mi, recuerda a mi corazón lastimado que no todo es malo, que no todas las personas son dañosas y que a veces, si pones atención, te encuentras a gente de verdad... y tú me recuerdad a la humanidad perdida de la que regularmente hablo, la que tanto echo de menos...

A escasos días de atravesar quizá una de las puertas más importantes de mi vida, hasta hoy, quise escribirte estas líneas para decirte que relacioname contigo me enseña varias cosas, dos en particular:
Conocerse demanda tiempo de calidad...
Conocerse requiere de voluntad...

Tengo la impresión que tú me has entregado una llave, la única llave tallada para mi, la que necesitaba precisa, no otra, sino esta, porque decentemente, me enseñas que hay muchas cerraduras, que algunas deben quedarse cerradas, pero la más importante, la que abre la caja fuerte, esa es la que no puede permanecer cerrada.

Hay que animarse a creer.
Pero debemos creer bien.

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