Por añadidura.

He pensado mucho en aquél tipo de nombre Matías. Y recuerdo su sentencia aunque no me sea grato: «un día, descubrirás que no eres importante...». Y sí. Ocurre de esa manera, lo entiendes y ya; lo sabes frente al mesón de atención a público, apaleada por la cero empatía de quien toma nota de tu denuncia, omitiendo las cosas que subrayaste, eran esenciales... lo comprendes cuando tus amigos dejan de llamarte... cuando hagas lo que hagas, tu trabajo no se reconoce... cuando un número importante de hombres, desfila ante una cornisa, desplomándose hacia un barranco de sinsabores y olvido. Y a pesar de todo, al abrir los ojos por las mañanas, sigo dando gracias, sigo especulando sobre lo que no veo y que, según yo, un buen día no lejano, dará sentido a tanto sacrificio...

Y he pensado mucho en su decreto, porque quizá deformó una potencia que no explotó, camino abreviado, sin símbolos pero tampoco, sin los grandes escenarios que demandaba la singular belleza de una juventud desafiante y progresista. Me derroto, no ante el miedo, me detengo en necesaria objetividad del sensato juicio de la madurez, cuya expertice, tiene que ver con la espalda y su roce en un mullido edredón, con la cafeína dentro de un metraje cómodo, con el susto controlado, con el tedio enmascarado en pases de mall... Es cierto. Recojo la antesala sin escabullirme de la critica del haberme domésticado rápidamente. Más, padezco de un sueño asesino, de un cansancio bizantino, de una deplorada carcaza que se corroe más a cada momento...

Eso, por ahora.
Esto mientras pienso.
Ya, sobre estas líneas.
Apagar.

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