West Egg...

Cuando leí el Gran Gatsby, la primera vez, estaba en el Colegio, o sea... uuuuuuhhhhhh. Hace una porrada de años, y con toda honestidad, si bien ya presentaba síntomas de desbordada imaginación, no puedo aseverar que soñaba con volverme una célebre escritora. A lo más, me tomaba con cierta incredulidad eso de que, al parecer, tenía un futuro prometedor en las lides literarias. Pero la segunda vez, atravesaba los casi 27 y me encontraba en la universidad; aquello de West Egg se volvió superlativo en medio de una eficiente fiesta rotativa de cinismo y vanidad. Y supongo que estaba bien. Durante la época universitaria esas circunstancias se asumen por default... puede que por eso algunos personajes se volvieron tan presenciales, tan punzantes, tan reconocibles en el mundillo ese.

No pensaba al leerlo, en todo caso, que fuese  la mejor novela leída (descontando además que a ese entonces, tampoco había leído demasiado), yo creo que por eso me gustaba tanto leer en aquellos años; razonaba cero, disfrutaba más. Siempre vivía a mil. Siempre.

Por añadidura, solo en este tiempo me nace visualizar el por qué ciertas novelas son consideradas «Clásicos», por qué untan contornos de tramos, por qué sacan roncha incluso a pesar de nuestras propias opiniones... bastó apenas un ligero giño y todos mis recuerdos sintonizaron... hay tantos Tom y Mirtles regados por el mundo, hay tantos Jay arrojándolos a un abismo... hay tantas Daisys y muchos muchos Nicks... pero solo un gran Jay Gatsby; lo más probable, porque fue un personaje inventado que se acercó tanto a la perfección que ese halo quizás lo trajo a la vida.

Es muy cierto que nos inspiramos en personas de carne y huesos al trazar historias. ¿De dónde si no proviene tanto dato, perfecto? Hay incidencia. Claro está. Pero en lo que a mi respecta, admito ser descritora de lo observado, sé que muchas veces, hasta con algo de abuso e inclinación viciosa de querer torcer ciertas genealogías. Eso también es verdad. Pero en mi favor diré que en el ejercicio de observar, aprendí a escuchar la voz del personaje pidiéndome contar su versión mejorada de los hechos. Esta conversación que muchas veces surgía entre la voz de la ficción y la percepción que nace de la descripción, me salvó; destiné tanto tiempo a soltar la mano (para dejar de escribir ligero y comenzar a escribir grueso), que en efecto llegué a un punto en que me sequé...

¡Qué buena noticia saber que voy por buen camino!

Sin embargo, todavía no logro deslastrarme de la tragedia propia, todavía continúo mirándome el obligo y con tendencia a castigar al resto por estar tan condenadamente, jodida. Saber que he construido el esqueleto de algo, me sabe a dulce.

Pero desatar el nudo de la pregunta clásica, es otra cosa; todavía no logro atravesar esa puerta misteriosa en la que solo te entregas a lo que suceda, sin cuesrionarse, sin dejar de quejarte por ser invisible, sin atormentarme por no dar nunca en la talla. Puede que tú seas las llave, puede que tus narraciones me contagien, puede que entremedio de tanto caos, los mensajes relativos se vayan comunicando, no para depender del acierto en tanto crucigrama, solo para sobrevivirle a la incongruencia, a los déficit de casi todo. A las faltas de deseo y a las pérdidas de sentido.

Me recordaste porqué en algún momento de mi vida aprecié tanto a Ernest H... finalmente, supongo que nadie nunca jamás podrá describir como lo hizo él, cómo sabe una ostra en el paladar... o cómo puede reivindicarse el valor de vivir pleno dentro de un milisengundo que se vuelve eterno si entiendes lo que es agradecer.

Muchas veces escribí asignando valores específicos, de hecho convertir a «B» en Álvaro Cardone, me salvó la vida, algo más o menos parecido al darle vida a Mister Heller, cuando El mundo de las cosas aparte recién apenas era un mero germen de vida. No me imagino la vida sin poder escribir, menos con un mundo tan West Egg, tan subordinado al cemento de la mentira, del engaño. De alguna manera respirar a través de estos personajes, siempre me salva la vida, siempre me hace ir por otra nota.

Sigo creyendo en el rumor envuelto entre las olas...

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