Mis payasadas desastrozas.

Cuando se dice que después de la tormenta siempre viene la calma, no siempre hay razón... Y el monzón eventuaalmente podría extenderse hasta fines de febrero... Who Knows?

Me tocó ir al centro. Le hice el quite teniendo en cuenta la cagada exprés que me mandé... Y como en mi mundo TODO debe ser parafernálico, esta no iba a ser la excepción. — Venga no más a mi oficina, la espero afuera, en el N° 920 de la calle Moneda. — Me dice el abogado de la contraria, de un pleito al que llegamos a cierre. ¡Chan! ¿Ven que cuando les cuento que mi vida es como la rueda de la fortuna, pero en versión rasca, no es broma?
—Pero ¿cómo, le lanzo? ¿No estaba usted por calle Estado? Sí, sí... —Me dice... es solo que he venido a hacer unos trámites en esta dirección y prefiero esperarla por acá y nos tomamos un café del Haiti que se encuentra a la vuelta. — Remata el hombre.

Juro que no sabía si reir o llorar...

—¿Cómo que a la vuelta? —Prosigo.
—Si pues, si yo estoy más tirado hacia Estado, que de Ahumada...

... Oh. Oh por Dios. Creo que va a darme algo. —Pienso instantáneamente.
—Señor, ¿no es acaso el Edificio que está hacia ahumada?
—Qué no mujere; más del Paseo Estado...
Así que tuve que rajar e ir, ir al 920 de la calle Moneda y Oh, sorpresa!!!! El Edificio contaminado que retenía en mi mente nunca fue ese —o sea, el 920— sino que el 975, casi una cuadra más hacia el poniente. OMG!!!!

De pronto tuve la sensación de que me estaba desintegrando, había sido yo la única responsable de tamañan estupidez. Al creer que Max, casualmente pertenecía al mismo Edificio en que trabaja el tipo que me acosa, até unos cabos que solo una mente afectada puede unir. Esa es la verdad. Y me sentí 1000 metros debajo del suelo. Fue una sensación descraciada. Vaya que si lo fue. Pero por otra parte, sentí una profunda alegría; Max había sido real e independiente de toda esta catástrofe, aparte de toda esquizofrenia. Y esto cambia radicalmente mi percepción de los hechos. No fue un complot ni nada parecido, solo no fui yo, mi aspecto o no, eso da igual. Cualquiera se espanta con las embestidas que salen de mi en aquellos trances.

Una vez en la oficina de Don José Miguel, estaba tan nerviosa que no podía ni sostener el lápiz para firmar los documentos... me mira fijo el sujeto y me dice: ¿Qué puede ser tan terrible como para esa palidez? Y yo, sin más, solté en llanto.
No fue tan dramático, después de todo, según las instrucciones de Cortazar, el llano acaba cuando te suenas los mocos. Y es verdad. No le conté nada al sujeto. Nada de nada. Porque narrar la trastienda de circunstancias como las que fabriqué, no me enorgullece; hay gente que todaví piensa que al menos, profesionalmente, soy bastante decente en lo que hago. No voy a desilusionarlos también a esos pocos cristianos...

Al salir a la calle, la bruma de una lluvia que se resiste a caer, combina satánica con el peso de mi cabeza. No solo siento verguenza, también experimento un susto profundo, me tiemblan las piernas porque entiendo que estoy más hundida de lo que pensaba. Tengo ganas de gritar y de salir corriendo, como cuando era muy pequeña y escapando solucionaba lo que no podía entender o modificar. Pero no podía correr o huir. No se puede vivir escapando de todo.

Pensé en aquella oportunidad en que todo pudo ser distinto, donde yo pude ser una niña sana, alegre, sensata, ser no más, solo ser sin miedo, porque no había ninguna razón para temer o sentir miedo de los otros.

Pero fue apenas un parpadeo. Al instante siguiente estaba siendo condenada al destierro, porque al parecer, las personas como yo, no merecen nada, o peor, intimidan. Nuestra psicopatía se repele, no hay perdón ni compasión.

Solo se castiga con desprecio.
Y hasta puedo comprenderlo.
¿Quién tendría el valor de no juzgarme?

Comentarios