Stop.

Me he venido a una plaza, no es cualquiera... es la plaza de la Constitución. Me he sentado en la misma banca del 18 de Octubre, pero no es lo mismo, falta la otra parte de la historia. Y creo que siempre será de este modo, siempre me faltarán trozos de historia, piezas que harían una diferencia y que cambiarían la vida como la he vivido. Y como creo en los rituales, vine a llorar a este lugar, a lavar mis ilusiones y coger la realidad que debo fortalecer. El llanto se me acaba al segundo siguiente en que gente mal educada  cree que el metro cuadrado no existe y arma alboroto justo en la puta banca contigua. Me sueno fuerte, siempre lo hago en honor a Cortazar y de paso erradicar una segunda tanda, de llanto. Claro está. Y no logro sentarme mejor, este parque está lleno de gente que necesita parlotear, que no cono el valor del silencio para variar; me v
Cuesta razonar cómo habiendo tal cantidad de bancas desocupadas, siempre ocurrao mismo: se elija la inmediatamente en que estás pidiéndole al universo un instante de paz. Solo un. Un milisegundo. Para desaparecer. Para poder ser uno mismo.

Y entonces me pongo a pensar en mis tésis sobre algoritmos ocultos en la necesidad de la gente al pegotearse y así logro safar de la molestia... No de la teisteza. Inconscientemente, descompongo mi propia incongruencia cuando un perro cholo (perro dueño según la escritora Arelis Uribe) se me pegotea a un costado de la banca y como que detectando mis condiciones, menea su cola gracioso. Al fin el llanto, retrocede al cien. Puedo concentrarme entonces en lo que he venido a hacer: organizar la mente y tomar decisiones; deje fluir emociones y sentimientos, luego hice ingresar la razón, ahora toca visualizar cómo combinan juntas.

¿Con qué quiero quedarme?
¿Por qué me siento tan descompuesta?
¡Todo el mundo hiere! Canta Mike Stipes de REM. Y entra precisa en el oído. Todo el mundo lo hace, a cada momento, todo el tiempo. Y no disminuirá. Seguro será todo lo contrario.

Entonces... ¿Qué se hace?
¿Permitimos que nos hagan mierda?
¿Con qué autoridad o licencia alguien puede atribuirse derecho de juzgarte?
¿Por qué algunas personas necesitan tratarte mal o despreciarte para sentirse bien con ellas mismas?

Creo que nunca obtendré respuestas para preguntas como esta; lo más seguro es que en la siguiente novela, construya un personaje sombrío que con escaso parlamento acuda en modo enrevesado a contarte su versión de la misma historia. Pero a la larga, ese relato fantástico no quitará la realidad. Guste o no.

Puede ser que me haya mentalizado tanto en la raya, en colocarme siempre detrás de ella, que ya no sepa cómo se sobrepasa, y puede que en esta limitación encontrase un modo piloto automático que me salvó cientos de veces de caer por un precipiocio creyendo cosas que no eran, pues la vida con adornos siempre fue mi especialidad. Pero por razones que no entiendo, dejé de serlo; por más que intente escribir una historia alternativa de la que es, no me resulta. Lo único que deviene es quebradero de cabeza y cansancio mental. En esta pasada, mis dotes de editora no están operativos. Me he vuelto odiosamente cruda y realista. Incluso, excesos. Ya no quiero más la fantasía que resuelva el peso del no es o del no será. Me volví una eficiente mediocre que no se arriesgará por nada ni por nadie.

¿Todos lo hacen, no?
¿Por qué debería continuar siendo un salmón?
¡Puede que sea cierto! Existe el a veces no se puede y punto!!! Asúmelo.

Puede que escribir dentro de un paréntesis (como yo suelo hacerlo desde que tengo conciencia), solo sea una de tantas coincidencias y no una mágica señal que sumar. Que la forma de decir las cosas, solo sea un factor del eneagrama, qué se yo. Mis peladas de cable. Quizás el tratar de sobrevivir haya arrancado la única cosa genuina en la que seguía creyendo a pesar de todos los embates. Quizá, no lo merezca.

O quizás, en el último ajuste, el radar no se arregló. Al contrario, de dañó permanentemente.

En cualquier caso, estoy agotada!!!
De mi,
De la mentira,
De la incertidumbre,
Del desamor.

Creo que ya veo mejor el rumbo a seguir.
No hay ficción en esta decisión.
No hay final feliz.

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