Dentro del viaje.

Santiago, 04 de Noviembre; 2018. Bitacora de viaje hacia el centro de la realidad. De fondo, a lo lejos, se oye la «Sonora Palacios»: son 15, son 20, son 30; paleo de cuchara contra ensaladera de vidrio en una mesa campestre contigua... críos montados sobre ruedas giratorias, gritando, jugando a ser niños sin tiempo... De frente una huerta triste mal cuidada. Un envase de café de máquina, una bolsa de papel y el chirrido del caño macizo sin aceitar dentro de una extraña plaza de bolsillo...

Ayer noche/madrugada te me viniste a la memoria, de repente y sin señas de anticipación. Hacía tiempo que no urgaba en nada que te relacionase pues me prometí no indagar, no abrir la herida, no tentar mi suerte y tener que asumir tus mentiras precipitadas, como el delincuente ocasional que fragua su ganancia peculiar cuando el río está revuelto, con lodo e inmundicias. Y te recordé Héctor Lira, poeta injusto, al asociar un pensamiento paraniode con otro colgajo de historia. La última vez, fue a propósito de una «entrevista», micro párrafo desteñido por medio del cual, concluí que sí habíamos hablado, qué si era tu voz, tu número, tus dedos rápidos mensajeando, tu familia en una fotografía, tu cena de sábado, tu fotografía echado en tu cama, antes de dormir... Siempre habías sido tú. Pocas personas son capaces de sacarte del abismo, escasas las que en un acto de fe, pueden hacer algo por otro sin mirar quién es, realmente. Y me metí en aquella vorágine tan profunda e irregular que atraviesa todas las emociones pues, mientras más escarbaba, en un extremo se revolvían los adjetivos elegantes y en el otro, las preposiciones. Entremedio de todo ello, siempre la evidencia de que solo la oportunidad templa los fenómenos, los sucesos, la clase de acontecimiento sobre el cual a la postre volveremos a tildar de ácido, de dulce o de indiferente.

Te has construído un Blog de estética meticulosa y has cuidado los detalles conforme la elaborada postura seductora, que acostumbras a impartir en tus clases, o en tus asesorías. Todos esos archivos retratan al tipo que intentas cada día ser y replicar sin que el cuestionamiento más oscuro brote, como evidencia del vacío que no merma. Esta es una suposición que me ayuda a facilitar ciertos pensamientos sobre el por qué de tu cinismo y del costo que de seguro has financiado para podértelo creer día tras día.

Te asombraría saber que nuestra batería común es abismante. Si te hubieses quedado a intentar entender, sin la fuga que acelera el miedo a lo desconocido, habrías visto cómo nuestros referentes comunes supeditaban cualquier referencia corpórea... ahí, hubo algo. Y figurado o no, soy testigo de aquello.

No puedo explicarte cómo fue que mis pensamientos llevaron a mi cabeza a recordar tu nombre: Héctor Lira, pues entonces pensarías de mi que el cuadro psiquiátrico ha empeorado. No te mentiré. Capaz y sí. Eso, en todo caso, desde la vereda en que nuestras evaluaciones se confunden con el espectro de lo «normal» (experiencial, aprendizaje personal, etc.), continuaría desechada, expulsada, invalidada al no aplicar en una larga lista de tickets que suelen disponer personas de tu factura.

Más, dentro de un recorrido personal, debo escribirte que hay un margen de locura subliminal en casi todo lo que despreciamos. No te daré cátedras de moral, o lecciones sobre el deber ser, pues al estar tan conectado con tu visión de mercado, tu lealtad monetaria te ha esclavizado más de lo que eventualmente, podrías autorizarte a confesar. ¿Podrías confesar a viva voz cuántas veces has mentido? ¿Podrías subrayar la verdad sin asco, sin buscar reconocimiento o mérito en ello?

Te tenía fe, Héctor. Juro por lo más sagrado (poder escribir) que la tuve. Dentro de un amplio espectro de posibilidades, te vi como un sujeto honesto, alguien que me llevó a pensar en márgenes distantes de lo habitual, cuya redacción elocuente combinaba lujoso, matices de colores que por ese entonces tenía bloqueado. Y como ya ha pasado otras veces, celebré precipitada echándolo a perder en lo que a mis posibilidades se refiere. Pero la vida, Sr. Lira es como una gran historia con muchos episodios; con despidos de editores, con cambios de personajes, con alargues ridículos y con cambios de libreto, acertados. El problema llega cuando «alguien» decide exponerla en tv, para escarnio o escrutinio público con todo lo que eso significa. Pues bien, en este punto, deberá usted agregarle a la historia las partes feas de las cuales quiso safar, lo que en empeño tras empeño quiso ocultar, esos bemoles que vemos cuando estamos con nostros mismos y la mentira no tiene espacio frente al espejo. Entonces, la realidad queda expuesta y no hay suero ni bálsamo que nos anestesie tanto como qusieramos. Ya no funciona.

Con usted en mi vida, ha de saber que inicié este periplo que hoy se encuentra en fase decisiva, sin más retrocesos que pequeños espejismo ya resueltos, incluso gracias a la benevolencia arrogante de sus propios participantes. Es curioso que otros intenten imponernos el juego de la veracidad desde la cómoda terraza del cinismo, pero lo cierto es que funciona, ya porque nos enerva la patudez de un otro jugando a amo del universo, ya porque en ciertas actitudes vemos cuan perdida está la gente. No más ni menos que uno misma.

Me he dado cuenta no sabe usted de cuántas cosas, algunas sobre mi: el nivel de ignorancia que he arrastrado, los miedos, las aberraciones, el narcisismo, lo esquizoide, la paranoia, el histrionismo... y todas las alteraciones de personalidad que padezco... También sobre el extenso prontuario ajeno y del cómo ya no es preciso juzgar sino entender y dedicarle estudio para no dejar que esa negrura, abrume. Me hubiese gustado conocerlo en esta parte de mi vida en donde la expectativa casi no posee cabida, decirle de corazón que no hay cura para ese enorme foso oscuro, pero tal vez exista un modo razonado de disposición para estrechar lazos más reales y humanos.

Déjeme decirle que una vez, por ahí, me topé con una fotografía en la que se le observa sentado en una frondosa poltrona de estilo chino. La reconocí de inmediato ya que varias veces estuve en ese mismo lugar. Y entonces me dije que la vida era además, tragicómica: siempre deja en entredicho el nunca bien ponderado The End...

Un abrazo.

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