Entender.

¡Era la misma calle del messie quiltro! Una completa locura. La misma calle por donde años atrás caminé enfurecida tratando de escaparle al cretino del que me había enamorado sin cuestionar, las mismas inmediaciones a reductos en que casi, simultáneamente, también fui tan feliz, el mismo circuito que en opinión de Jung, pulsa dentro de mi mente para que desde el lado más oscuro aparezca la verdad no resuelta, aquello condenado a repetirse hasta que sea lo suficiente valiente para dejar pasar. Soltar porque se ha solucionado...

—Me gustaría tenerla así, sobre una cama. —Preciso, letal y fugaz. Argumento punzante y suficiente para imaginármelo con su boca delicada tras mi nuca. Se me metió debajo de la piel, como un movimiento ondulatorio que enviaba contracciones hacia mis humedades de solo sentirlo respirar. No fue un instinto burdo, pero si un deseo mordaz y caliente. Él tenía una manera de darse a entender, simple, práctica, disfrazando las evidencias de ternura probable aun cuando su cuerpo mostraba en síntesis la activación de sus engranajes... ¡Quiero estar así con usted, sobre una cama! Y eso retumba dentro de mi cabeza, y se siente como réplicas de un temblor que no ha dejado de sacudirme. Esa simple frase, bastó: Es muy cierto... las ilusiones son peligrosas pues no tienen defectos. ¿Qué defecto podría haber tenido aquella frase en su acento, tan difícil de catalogar? Ninguno.

Sus manos, tan suaves y tibias se acomodaron sin problemas. El problema lo he tenido solo yo, incapaz de leer los Menú, antes de ordenar la cena; no me interesa cuánto vaya a costarme, si sabía como lucía, no me importó quedarme una semana entera a fregar trastes sucios para lograr pagar la hazaña. Lo haría cien veces. Lo repetiría casa vez que el cosmos lo trajera de vuelta. Yo, soy así.

Cada avenida, calle o pasaje está grabado, apenas creas que ese circuito le pertenece a algo o alguien, volverá a tallarse encima, crecerá grama, e incluso, aparecer colores y nuevos matices. Pero siempre volverá la erosión y se llevará todo. Y luego, el ciclo reiniciará. Porque no hay otro modo. Aunque creas que puedes torcerle la mano al destino, aunque hayas imaginado toda una noche en tu mente, no se puede. Las probabilidades casi siempre son asesinas de las expectativas; toma una calculadora, suma y resta, deja de ser tan optimista, échale un vistazo al mapa, dáte cuenta cuántas líneas hilvanas tú, y las que él descoce con cada intento de demostración... Entonces: ¿Qué más necesitas? Esto no es como jugar sobre un tablero armando una que otra estrategia. Eso no va a servirte de nada, recuerda que va de sitio en sitio escarbando, indagando qué es lo razonable, cuáles son las clásicas desventajas, que se ocupa de decirles a los demás cómo no es sensato arriesgarse y por qué debe evitarse el riesgo. ¿Quieres fingir que tiene miedo? ¿Quieres comprarte que simplemente no le importa? No tienes ni siquiera esa chance. Con él jamás podrías porque es responsable del reacondicionamento del tablero en que crees estar jugando con tus propias reglas. No puedes obviar que su ancla es el sentido común y que su mente no es una cárcel reforzada con acero vivencial sino las elecciones que realiza en sensatez, desabrochado de deseos y circunstancias de bajas menores: regla básica de sobrevivencia.

No importa cuánto chistes, cada cosa que hagas para vencer barreras y obstáculos, porque este evento no fue diseñado para funcionar dentro de márgenes ordinarios. No sabes nada y reclamar, no te abrurá una compuerta secreta que abrevie la espera.

Let it go.

Cierra los ojos, conserva dentro de tus tejidos ese roce leve en el borde de tus senos, esa respiración entecortada en medio de la activación de tus engranajes, la inexplicación de retozar sobre un sofá en tu conserjería sin el arrepentimiento de no haberlo desnudado hasta quitarle toda gota de deseo..  Un abrazo a su espalda tan estrecho y familiar para ti, que se basta así mismo en el retrato de universos paralelos que no pueden existir, sino en nuestros recuerdos. En nuestra memoria.

Pero. ¿Puedes?
¿Puedes soltarle la mano y perderle la pista?
¿Puedo tan solo esta vez no tomar ninguna decisión egoísta y solo soltar?
¿Puedo solo querer que encuentre lo mejor de la vida y que su corazón se recupere?
¿Puedo enviarle todo mi amor y gratitud en honor a su rcp?
Yo, pienso que sí.
Porque hay cosas que se sienten y no pueden ser argumentadas. Solo suceden. Solo ocurren una vez en la vida. Aunque sean las mismas calles, la misma calle de Allende, la misma temperatura despertándote la piel.

Solo lo sabes. Y ya.
Para sentirlo, no necesito pasaporte.

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