Extractos...

«Me ha telefoneado Julia. Suelta de una:
—Se ha separado de nuevo. Que me pide tu celular y le he dicho sinverguenza... —Expresado todo esto dentro de una frase a la cual le faltó aire. Pero en vez de enojarme o lloriquear como solía hacerlo, no me entró bala. Me sentí de acero........

Han pasado largos 12 años desde la primera vez que lo vi, tan jodidamente agresivo y petulante como él solo podía serlo. De las pocas veces que nos relacionamos, nunca llevó atuendo convencional y tal vez, fuese lo mejor. Podría haber funcionado como camisa de fuerza. Todo puede ser tratándose de Nixon. Yo había regresado a Chile un par de semanas antes y me sentía perdida detrás de un mostrador. Apenas cruzó la puerta su presencia cambió el tono del ambiente; era tan alto y desgarbado, chascón, con tanto cabello que podría haber confeccionado una peluca de repuesto. Supe de inmediato que no era chileno o al menos al igual que yo, pasó demasiado tiempo en el extranjero aunque sin pertenecer a ningún suelo.

Por ideas poco claras incluso después de avanzados los años, apenas lo ví entendí con escasa información, ibamos a relacionarnos de maneras no convencionales. Pienso que Roberto, también lo descubrió casi de inmediato. Claro que no se apellidaba Nixon, obvio que no, solo escogió «Nixon Harris» sobrepasado de cultura yankie mezclada con referencias manchesterianas. Dos puntos geográficos responsables de sus estragos mentales... Debe ser por eso que siempre alucino con volver a River Side. Es en esto que nos parecemos sobremanera, tal y como si hubiesemos reencarnado juntos...

Se parecía tanto a su madre, aunque eso no lo sabría sino hasta muchísimo tiempo después, tras largas charlas en las que natural fasciné con sus preciosos razgos de judía polaca. De su padre, en todo caso, heredó ese tono sombrío que casi bordeaba el negro. ¡Qué peculiar son las personas con sincolor tan poderoso! Él solía decirme: son ojos entrenados para mentir. Y creo que decía la verdad.

Como dije, apenas entró en la librería, el tipo se me metió en la espina. Lo recuerdo como un temblor rarísimo similar al que ataca con cambios de temperatura. Su actitud era la de un quiltro avezado en sorteos de multitud, el callejero que se provee alimento y no necesita ayuda de nadie para arregláselas perfectamente solo. Pero perro al fin y al cabo, perro fiel, perro que agacha la cabeza cuando una mano cariñosa prosigue a darle afecto ocasional. Eso lo se bastante bien.

—Busco a un escritor que suena asi como Sembra. —Consulta con pésimo español (matizado en eses madrileñas, centroamérica enterrada y el rigor de quizá, cuántas otras lenguas reforzadas en rigor de sobrevivencia).
—¿Cómo? ¿No será Zambra?
—Oh, yes i do. It's correct. Gracies. —Remata el gringo.
— ¿Y cuál busca?
—¡Lo que sea!
—Le sugiero Bonsai. Parta con ese.
—It's okay.

El extranjero, entonces, sin decir algo más me entregó su master card y evadió mirarme de frente; clásico ejemplo de que somos tan distintos a los foresteros. Ellos no cargan con culpas ni con cenvenciones ridículas. Luego meneó las cejas, cogió el paquete y se marchó. No supe de Nixon sino hasta varias semanas después, en la universidad. Pero eso no se lo contaré todavía. Primero tengo que explicárles por qué regresé a Santiago si prometí no hacerlo jamás» (La sombra en el espejo/Novela corta; D.D.Olmedo. 2018/Octubre)._

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