Vislumbrar.






Me he reunido con Carolina. Hacía meses que no cruzábamos palabras. La llamé para pedirle que me acompañase al cementerio; el lugar más detestable del mundo. Me dijo que no había problemas. Para ella es todo lo contrario. Siempre ha dicho que en esos lugares se siente más viva. 

Reconozco que me tomó un momento recordar dónde estaba enterrada. Los últimos momentos que incluyen urna y gente llorando, los encapsulé para lograr seguir adelante. Lo mismo hice con mis hermanos, sobrinas y parentela en general. Siempre me dije que era un costo, pero un costo más alto hubiese sido quedarme atrás. Así que avance. Avanzar es algo que casi algo en automático. Eso es así.

Carola me pregunta a qué vamos al cementerio si yo tengo una postura tan clara al respecto. Le digo que a practicar un rito. Se me queda mirando como si le estuviese gastando una broma, pero de vuelta la miro seria y agrego que no me pregunte tantas cosas. En el camino, mientras ella conducía, le pregunté cómo se sobrepuso a la muerte del Diego (ni siquiera recuperaron su cuerpo desde el mar en Reñaca)... Nunca nos recuperamos de eso; tan sólo se administra, se hace una elección, te vas con ellos o te quedas y vives con dignidad, como ellos hubieran querido que vivieses. Decentemente, sin quejarte de todo. Le dije a mi amiga que la admiraba, que a veces me costaba demasiado soportar su amargura, pero cuando la miraba sin que ella se diese cuenta, la veía suspirar, veía cómo sus ojitos se llenaban de lágrimas y entonces me resultaba más humana que nunca, me resultaba tan viva. 

Le conté cómo fue que acabé metida en un enredo mayúsculo, la causa del por qué estaba en el ahora, como estaba: medio catatónica. 

Y también le dije: ¿Recuerdas aquella vieja anécdota del muchacho en el cine? 
Claro, cómo olvidarlo... toda tu vida podría haber sido tan distinta. ¿Cierto?

Calculo que tenía unos 29 años y fuimos con Karime a una función de cine en el Mítico Rex de la calle Huérfanos; era una película para críos, ya no recuerdo bien cuál. Sacamos anticipado los tickets pero al quedarnos tiempo de sobra para la función, nos fuimos por algo de comer y hacer la hora. En ese tiempo todavía funcionaba la galería Imperio y en la parte superior, aquella atiborrada plaza de comida rápida. al sentarnos a comer mi amiga sugiere que un chico miraba insistentemente en nuestra dirección. Respondía que era idea suya. Pero al rato me percaté que era cierto, que un muchacho de facciones hermosas miraba fijo hacia nuestra mesa. Lo recuerdo como si hubiese sucedido ayer; era un tipo alto, de frente amplia, de cabello cortísimo y mentón ancho. vestía un pantalón cargo de color verde olivo (o tal vez era cafesoso tipo comando militar en guerra...). Y fue cierto. En algún fragmento de momento, nuestras sonrisas inocentonas se cruzaron y yo me ruboricé. 

Acabamos de almorzar y emprendimos nuevamente rumbo a la Sala de cine que quedaba más o menos a unas dos cuadras y media desde donde estábamos. Y apenas nos dispusimos, la negra me dice: Oye, que acaso no es el mismo sujeto de allá arriba??? Y sí, lo era.

Continuamos en silencio hasta el cine y él, que venía acompañado de dos tipos más, muertos de la risa, hicieron o mismo. Nos cortaron los tickets y entramos a la Sala 8, aún lo recuerdo. El acomodador nos enseñó con una diminuta linterna nuestras ubicaciones y entremedio del masculleo, me di cuenta que aquellos se instalaron a unas tres filas de distancia... No es que me quedase toda la película pendiente de la situación, pero de cuando en cuando, me volteaba a mirar y el chico en cuestión me asestaba una llamarada. Fue una cosa pueril, una cosa muy de adolescentes... Fue una cosa bonita. 


La película acabó. La disfrutamos. Y como que hasta se me había olvidado que el cristiano estaba en la parte de atrás. Nos quedamos hasta que los créditos desaparecieron de la pantalla, pues en esos años me creía cinéfila y gustaba de captar todos los detalles técnicos informativos para editar mis propias fichas mentales. Salimos en silencio de la Sala y el tipo se había ido. O eso era lo que creía. Una vez afuera, Karime suelta repentina: ¡Madre Santa! Ahí viene el tipo. Camina rápido. Me dice. Y a mi me da una tentación de risa que no pude disimular.

Al haberme apresurado en dejar atrás el cine, el chico replegó su entusiasmo, aunque de todas formas continúo caminando cerca. Yo volteaba de cuando en cuando y sonreía. Él hacía lo mismo, pero no decía mucho más. Enfilamos por San Antonio en dirección de la Alameda y en un instante, se desaparecieron. 

Nos pusimos a comentar la circunstancia y me dijo que yo era muy chiflada, que cómo era posible que me aventurara de esa manera y cosas que ella solía decir desde la aprehensión máxima. Y yo, nunca la contrarié, porque la quería tal y como era; una mamá pequeña. 

Yo solo le dije: ¿Te imaginas esté dejando escapara al amor de mi vida?

Apenas había terminado de lanzar la frase, desde una micro en movimiento escucho a alguien que me grita a todo pulmón: "eres preciosa...". La negra y yo soltamos una estruendosa carcajada. Fue un momento "elizabethtown". Un pequeño click para los anales de la historia... de aquellos instantes que hacen la diferencia y te llevas a cualquier parte, no importa dónde estés.  

-No la recordaba así. Pensé que habías corrido detrás de la micro. ¿Ja! comenta Carolina con su marcado tono deslenguado.
-No, pero creo que debí hacerlo. ¿No te parece?
-¿Crees que debí lanzarme al mar a rescatarlo?
-No. Pienso que hay cosas que no somos capaces de hacer y otras que sí. Tú, ¿crees que debiste hacerlo?
-Hay días que sí, hay días que es muy difícil vivir sin esa parte de mi. Y otros días en que me digo que no lo sé todo. Que todavía falta la explicación esencial para terminar de unir las piezas.
-Creo o mismo. A veces pienso que se vive toda una vida aguardando ese instante.
-¿Cuál?
-Ese pues: cuando te entregan un papelito y adentro está escrito lo que preguntaste y luego te vas. Listo. Eso fue todo. 
-Hay amiga, tú y tus ideas. Pero capaz y sea así. 

Cuando a mi madre le diagnosticaron el cáncer y ella no reaccionó, en vez de quedarme, me fui; cuando Oscar me pidió matrimonio, me fugué; cuando mi negocio se estaba hundiendo, tomé una mochila y me fui; cuando Mónica me traicionó, no la enfrenté, me fui... cuando Claudia me increpó y me echó de su casa, no le dije nada, tan sólo me fui y nunca más volví a hablarle, cuando aquél muchacho me hacía señas para, no le dije nada, solo dejé que se fuera... Siempre he hecho lo mismo, no he peleado lo suficiente para mostrarme, para decir lo que siento y lo que pienso, siempre ideando un mecanismo fantasioso para poder cerrar ciclos, para poder reconstruir escenarios, para dinamizar la parte con la que no se sabe lidiar. Pero este día, he venido a enterrar a mi madre, a decirle que ya no le guardo rencor y que cualquier cosa que haya salido de mi, fundada en mi escaso ánimo por entenderla más allá de su rol como mi madre, ha perdido completa validez. Pues a pesar de todo, fue mi madre y sin ella, yo no existiría.

He escrito una larga lista de pendientes, hay cosas importantes y otras, pedestres. Hay cuestiones como visitar a algunas personas, hacer un par de viajes a la costa y hacia el norte; ir tickeando, ir recorriendo la lista hasta llegar al más grande de los trámites. El más importante.

-Entonces, es un hecho Ángela: Te oyes tan diferente...
-No. Soy la misma. Lo que pasa es que ahora estoy despierta. Y hago cosas que hace la gente conectada.
-¿Tiene que ver con Eduardo? 
-No. O sí. Pero no del modo en que sugieres o especulas.
-¡Vaya! ¿Es en serio?
-Sí. Muy en serio. 
-Pero... ¿Estás segura?
-Al cien por ciento.
-¿Y cómo lo sabes?
-Porque es la única vez que he regresado a pedir perdón y admitir que lo dicho es la verdad, aunque no fuese el modo, aunque no hubiese compasión, aunque no hubiese tino, aunque no hubiere compensación de ningún tiempo, aunque no existan garantías de nada, aunque la incertidumbre me parta en dos.
-Chuta, amiga. ¡Te pasaste! ¿Y ahora qué?
-Ahora nada. Ahora la vida tal y como es. Arriba, abajo, en el medio, en los extremos... paso a paso.

Luchamos toda la vida para alcanzar algo invisible que supuestamente nos cambiará la vida, sin entender que adentro de nosotros está toda la fuente de recursos, que para que alguien llegue a nuestra vida es fundamental entender que a lo mejor no será del modo en que imaginamos, que nada está escrito, que lo que vale la pena ni siquiera se entiende del todo, que necesitas tiempo para aterrizar, para forjar algo más que expectativas que nos completen o nos reparen, hace falta muchos más y eso es un largo camino de entendimiento, no desde la euforia. Desde la calma. Desde el silencio.

Yo no sé qué sucederá.
¿Quién lo sabe siquiera?
Pero sí sé todo lo que no necesito.
Pero sí sé lo que vi.
Pero sí sé a lo que aspiro.
Y que lo merezco.


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