Callejón oscuro.

La vida tal y como la conocía, no existe más. Hoy, estás en una circunstancia determinada y puede ser que eso sea más de la absoluta nada percibida 5 minutos antes. La cadena de eventos, suele ser mera casualidad o coincidencia, y las personas se orquestan conforme solo a meras oportunidades. Olvídate de la profundidad, deja de pensar en los lazos, aprende rápido sobre lo fugaz y deja de estrellarte todo el tiempo sobre las mismas creencias de evolución y cambio de paradigma social. Eso, no sucederá.

Avanzar sobre estas dinámicas sirve. Empero, el costo va elevándose. Esto es cada vez menos evitable. Por una parte, esta mi creencia errada en donde el romanticismo echa por tierra la construcción de ágape y por otra, la libidinosa actitud que se alía con el «ello», formando una dictadura que no drja nada para el asombro...

La vida, tal y como está, es dura. La entrerención del riesgo pulsando, proporciona adrenalina de bajo calibre; siempre salen a relucir las mismas calañas; vestiduras más, vestiduras menos, la pugna continúa siendo la misma.

La Satpi suele decirme que la responsable solo soy yo misma. Al parecer, quien atrae este tipo de personas con toda su batería de egoísmos y frivolidades, únicamente sería yo y mi nula capacidad para aceptar que no soy hacedora sino solo líder a ultranza de la procrastinación; «mientras no des, jamás recibirás algo genuino» —Suele rematar. Y puede que esté en lo cierto.

Quizás el problema arranque en esa vieja deformación de no poder separar el concepto primitivo de amor, del otro: sexo. Y en dicha deformación cansina, el intento empesinado por hallar el desdoblamiento de las almas para fusión del encuentro, estribe todo el drama que suele eternizarse como un loop que acaba en vómito, mal estar y contradicción. No puedo ya dejar de reconocer que todas las veces que mi cuerpo falla, es la emoción en su pugna contra el cuerpo pidiéndole que para, y la escuche.

¿Qué hay de malo en el amor que se encuentra tan desprestigiado? O dicho de otra forma; ¿Qué tiene la degeneración disfrazada de erotismo, que seduce más que cualquiera otra campaña? No me arrepiento de ninguna de mis conductas lascivas, pues las he buscado y con más o menos dignidad, sorteado. Pero he llegado un punto en que engullir un pene no representa lo que antes. Me pasa que está pesando más la sensación de que no puede ser solo eso y conformarme con disociar y no reclamar, celebrar el encuentro furtivo y alistarme para que sea «solo eso», no se me vaya a ocurrir -por ningún motivo- gustar de alguien o peor, sentir afecto.

Creo que he entendido que la molestia no pasa por cómo se están comportando los hombres sino por como creía que debía actuar yo, frente a esas acciones y conductas de ellos. Pudor y dignidad son cosas diferentes, y creo que jugar el juego de choque, no lo llevo bien. Siempre espero algo aunque no sepa demasiado bien qué es.

Lo que sí he descubierto es que muchos hombres, no nos quieren de compañeras, al contrario. Muchas, solo nos demandan para medirse, para pavonearse y en la recta final de algún amague erótico, para la utilización del desfogue acuoso... Esa es la triste realidad si le quitas la oportunidad al escenario.

No me había dado cuenta que siempre se ha tratado de eso: De la puta oportunidad.

Coincidir=Conectar debería ser un bien jurídico protegido con rango constitucional tanto o más que el derecho a la vida misma. Pero rara vez la gente lo comprende o yo, tengo serios problemas de astigmatismo pues cada vez más contemplo escenarios borrosa y distorsionadamente, secuestrando la luz que entra por mi pupila, solo para el resguardo de la burbuja construida en la resistencia estoica ante un actual formato de realidad, obligados a viivir, a cambio de suministrios ficticios.

Por momentos, siento deseos de sucumbir, ceder y solo entregar mi espíritu. No hacer ás nada y volverme la puta de una ciudad cargada al estrago y sin sentido; meterme a los callejones y permitirle a cualquiera meter su mano y urgar, aunque no me sienta cómoda, aunque no me haga feliz, aunque sra el síndrome y ritual para calzar, para ser cotizada, para la ultimación del deseo masculino, tan fuera de si y encabronado.

Tan lejos de la ternura y la compasión.

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