EL COLOR DE LA OBSESION.

El Color de la obsesión.

Me junté con mi buen amigo Felipe. Al parecer, ningún matrimonio logra calmarlo y este, su tercero, no construyó cambios significativos. En seco y con un poder de síntesis que ya me quisiera yo, me pide que le resuelva la contingencia del divorcio y sobre el particular, que no quiere tener contacto alguno con la «difunta». Raro, por decir lo menos si hace la nada de tiempo me estaba diciendo que ya no podríamos vernos, juntarnos o hasta hablarnos, solo porque la «novia» así lo había condicionado... Como en ese entonces a mi me pareció un salto de fe y un esfuerzo sobrehumano para él, no cuestioné nada y solo me aparté en su beneficio y en el de la novia, claro está!!!!

Pero ahora, ahora sí que se lo pregunté, creo al menos tener ese derecho.

Felipe me dice que se trata de cierta obsesión de ella, conmigo. ¡Ja! Qué asunto tan bizarro. —Me digo en automático soltando una carcajada de aquellas y que Felipe detesta pues dice que pierdo el 10% de femeneidad que poseo... Pero sus pesadeces me saben igua que las actitudes barrocas de las personas. Nada qué hacer ahí, ¿Cómo habría una hacer dentro de un terreno en que nadie te ha cursado invitación?

¿Y de qué tipo de obsesión se trataría? —Entre que pregunto y me burlo.
¡Del tipo en que supone nunca llegar a ser lo suficientemente zorra como tú!
AUUUUCHHHHH. —Lo admito. Eso dolió.

Y entonces fue que antes de abordar esa surreal circunstancia, lo increpo por creer que puede compartir conmigo el color de una obsesión ajena... Pero sus respuestas suelen ser muy malas, incluso más que la intervención... Es por mi cara, es por mi mirada. —Replica tratando de arreglar algo que es imposible de solucionar con unas cuantas frases.

Dentro de lo que comprendí, fue que ella nunca le vio cara de entrega, o mirada de «amor profundo». Así que me imagino que ese matrimonio estaba condenado al fracaso, pero no por el rollo de ella, sino porque a Felipe, como a muchos hombres que he conocido, no les interesa el amor; ya cruzaron la línea y de ese lugar, no se regresa. No al menos en las mismas condicioenes.

Me gustaría decirle a Paulina que jamás amé a su marido y que por lo tanto, nunca quise funcionar entremedio de ellos como piedra de tope, decirle además que Felipe nunca me interesó sustancialmente, ni siquiera en la cama, porque a él le interesaba más reversionar sus propios rodajes pornográficos, asunto del que me cansé apenas advertí la dirección de la faena. Por último, contarle que no tiene nada de malo, disfrutar del sexo sin culpas, para variar. Pero que sea solo eso, no un refregar de por qué no acaba convirtiéndose en otra cosa.

Con el tiempo, Felipe aceptó que no quisiese una vinculación física con él y recién en ese entonces, se dio la amistad sin juzgamientos ni favores sexuales en época de vacas flacas, por lo tanto, yo estaba fuera de su imagen mental como para sugerir que hubo e ocación mientras estuvo con ella. Fin del tema.

Lo que sí me puse a pensar fue en el hecho de que uno, sin enterarse siquiera, pueda estar teniendo participación en vidas ajenas. Impensado. Supongo que esta mujer es de las que piensan más ferreamente en determinadas distinciones (que por desgracia, sí existen) y que por lo tanto, algunas mujeres son para follárselas y otras para contraer matrimonio. Le diría entonces a mi estimada ex amiga (alguna vez dijo ser mi amiga, por serlo de Felipe.... tamaña mentira) que personas como ella contribuyen a engrosar la lista de tantas barbaridades juntas; estimada, si le haces sexo oral a tu pareja, no solo te lo va a agradecer, si lo haces bien, capaz te lo haga igual de bien de vuelta. Pero lo grave y lo terrible es pensar que después de hacerselo él te vaya a mirar de una manera distinta y en esto, estimada, nada qué hacer; en eso más tiene que ver con la clase de hombre que te has conseguido y no con el amor excluye ciertos recovecos femeninos.

Le pregunté a Felipe qué pensaba de todo esto, pero no dijo demasiado... demasiado que yo pueda rescatar. Más bien tiendo a creer que la amistad, se acabó, porque se acabó el lugar común en que ambos creíamos y la sensación de no tener que dar una y otra vez, explicaciones ante nuestras debilidades. Eso, más que nada.

Me queda la sensación de que estoy conquistando un terreno precioso, uno en donde si bien es cierto hay más radicalidad, también hay un experimentar la soledad como un bien imperecedero, sano y hasta juicioso. Aunque el ítem del «ello» se hiperventile y haga de todo para arrastrarme al sitio de siempre. Lo bueno es que más temprano que tarde, hasta el clítoris cuelga los guantes.

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