Rol de adobe.

Hoy me acordé de «Max Urrutia». Y fue porque elaborando un listado de posibles personajes sobre: «It's okay... so just Tinder» (Un compendio de 13 relatos freaky en que trabajamos Paula, Sofi y yo, y que pondrá en órbita global nuestro nuevo Blog sobre temas femeninos), no hubo caso; aunque lo intenté me fue imposible conseguirle un nombre de reemplazo. Sofía suele decirne que en eso soy pésima, quien me conoce bien podría apenas eacarbar la pared y detectar quién es quién en cada una de mis narraciones. Y puede ser cierto. En una época, me ayudaba mucho buscar nombres con las mismas iniciales, sentía eso casi como un deber de «protocolos» o «códigos tácitos». Pude sortear esa vara, al reformular «Los Privilegios del Silencio», en donde Mariano Latorre reaparece como víctima, mucho antes de toparse con Nina.

Me gustan estos juegos a lo Phillip Roth, pequeñas piezas o troszos de historias que quedan colgando a partir de un antecedente o indicio y que te llevan a plantearte otros ecos, en otras aristas o pasadizos de la vida.

Pero aun así, me sigue trayendo dificultad leerlo como «Maison Ulrik». Para mi siempre será Maximiliano Urrutia, el tipo de impecable prosa que me hizo caer.

Lo recordé porque la construcción en torno a él es difusa. Hay días que retengo instantes cristalinos, como la breve charla de un viernes por la tarde y secuencias empantanadas aparte, con el rezago de todo aquello que me fue inhibido argumentar en mi defensa, al instante siguiente de despliegue de su furia. Y no lo culpo. ¿Qué sabes de tango si no te atreves a aprenderlo? Nada.

Y me he acordado de él porque hay una parte de mi razonamiento que aun lo defiende. En un extremo, están los ideales de cada persona, chocando muros y barreras, rompiendo mitos y estrecheces, recorriendo sus propias dinámicas de aleccionamiento, mientras cree que derroca sus falsas expectativas y del otro lado, está toda mi propia carga de preguntas que no acaban, porque no hubo manera de saber si la bajada de cortina fue antes, al ver mi fotografía y decepcionarse o luego, con confesión y flores incluidas...

Sería muy fácil autoinmunizarme con moral y decir: nada se construye sobre la mentira y ya está. Pero, ¿Qué fue antes? ¿Mi psicosis que validaba ser alguien más para pillar a un mafioso? ¿O su búsqueda mañosa y defectuosa? toda vez que aseveraba lo vital de un puño auténtico y la seducción ante la inteligencia.

Misterios sin resolver número 217.

El asunto al final es que esa incongruencia queda resuelta en la ficción, al descubrir en la realidad que Max Urrutia, no existía como tal.

Villanizarlo en un texto ha sido como abrir la herida una y otra vez. Eso también es complicado. Pero lo bueno de volver a un digno en indigno, es que adaptas la mente para no albergar espacios inútiles de divagación: el tipo si o si, no era bueno.

La premisa que suele olvidarse, incluso en la chance de acomodarlo todo a nuestro antojo para reversionar lo que no pudimos enfrentar, es que simplemente «Bueno» no es suficiente. Porque lo sensato es que sea extra-ordinario, bacano, excelso, precioso, notable, único e irrepetible.

Así no más.
Y si no, mejor matarlo en su rol.
Y que la vida continúe.
Total, no he visto aun muertos cargando adobe.

Comentarios