Santiago Heller.





Lo que  un escritor no suele contarle a nadie, es la manera de cómo, en verdad construye ciertos personajes; al menos los principales dentro de cualquier relato...

En el año 2007, conocí a Conrad (Sí, nombre real), Pero no lo apellidaré para proteger su identidad. Lo conocí a través de aquella mítica y funcional aplicación -antes de Tinders- Badoo. Mucho ha pasado desde ese entonces, y aun con cierto tipo de barro encima de todo eso, puedo decir con certeza es una costra que ya cedió. Los tejidos se regeneraron. No existe necesidad siquiera de llamados repentinos o de husmearle, como solía hacerlo en el pasado. 

Podría adornar con mis tan acostumbrados matices esta historia, pero adportas de cumplir años, me he propuesto contar más verdades que descripciones; "escribir grueso" (incluso hasta para quien odie esa expresión), no es otro asunto que la redacción se vuelva coherente. No se trata sólo de utilizar palabras que se lean bonito, es algo más profundo. Antes, yo misma creía que se trataba de un pulso esencial, algo así como definición de estilo, que no se pareciera tanto a... Incluso, algo más que mejorar la ortografía o la puntuación. Hoy, y desde que trabajo con un pedazo de editor, entiendo que hacerlo grueso más bien tiene que ver con olvidarse de dar gusto a los demás, y comenzar a mirarse frecuentemente en el espejo. Sólo de esta manera uno entiende sobre qué cosas quiere hablar y por lo tanto, escribirlo de un modo que a nosotros, quienes lo hacemos, se vuelva algo atractivo y más honesto.

La prosa inteligente se advierte hasta en un pedazo publicitario, de eso no tengo dudas. Por eso suelo hacerme críticas permanentes pues que yo sepa, todavía no me siento en mi talla. Y la gracia de un editor franco (además de no querer ni necesitar que te lo folles para hacerte favores editoriales), es que aprendes de verdad; primero, a no latear-te, segundo, a no dar lástima, tercero, a no pretender cuestiones que no sucederán, cuarto, a construir personajes potentes desde la guata, no desde el arrebato que carga una experiencia traumática. Eso,claro está, para quienes deseen convertirse en verdaderos escritores y profesionalizar su relato, más allá de lo anecdótico de contar circunstancias de la vida real, como pasa con las crónicas. Sólo en este vericueto, la verdad es fundamental. 

Por eso, al recordar al Coliflowers (apodo cariñoso que se dio por ese entonces), pienso en un tiempo en que hacía las cosas tan estúpidamente. Si hubiese contado con el Editor que tengo a la fecha, El Mundo Las Cosas Aparte ya estaría en alguna góndola de cierta librería, y no enfrascada en ítems legales dada mis porfías de siempre; primero sí quería entregarla, antes si pensaba que era buena idea contar mi versión de la historia, pero no estaba dispuesta a su presentación con sendas rebanadas de menos, de modo tal que aquél apareciese siendo el peor de todos y el otro (su antagonista en mi primera novela), el delincuente redimido que a la gente suele caerle bien, pues en última instancia acaba comprendiendo las cagadas que dejó a su paso. Pero luego, entendí que me había forzado a exponer una parte desgraciada de mi vida, sin tener la certeza que el fundamento para hacerlo, fuese comprendido por otras personas que no tienen por qué, costear los platos rotos de ciertos eventos del pasado. 

Puestos los asuntos en verdadera perspectiva adulta, Conrad no fue otra circunstancia que el primer tipo desafortunado a quien creí todo un cuento; piedra de tope en mi evolución pero a causa de mis propias e infantiles malas decisiones. No de otra cosa. 

Hacerse cargo debe ser de los peores trabajos en el mundo, requiere entendimiento de una amplia panorámica más que de un solo tramo de imagenes sucediéndose para el desarrollo de un sólo capítulo de nuestra vida. Por una parte, la misión atrae el pasado aplastante con una batería de momentos secuestrados, y que no dejas de cuestionar su por qué... ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué olvidé eso? ¿En qué parte estaba esto? ¿Por qué me olvidé de este detalle? Etc. Porque somos así. Porque para contar una historia que nos ha herido profundamente, necesitamos obviar la verdad, reversionar lo que no nos gustaba, lo que nos hizo sentir inferiores, mal tratados, despreciados, etc. La arquitectura de episodio necesitó otro tipo de componencia para conseguir efectos especiales que lograsen desviar la atención de los verdaderos y penosos sucesos acaecidos. Dicho esto, lo cierto es que se trató de un hombre al que asigné características supra que no poseía, o por lo menos, no las idealizadas para volverlo héroe inalcanzable y por lo tanto, ente fortalecedor de un loop sobre lamentaciones varias (Yo, con Diógenes emocional). El mundo es terrible. la gente es mala. Los hombres son una desgracia. Y blah, blah, blah. A escribir otro relato y re-fundar la miseria para auto flagelarme "con razón". Eso me mantenía a flote. 

Y por la otra parte, dicha misión impone hablar en tiempo presente: el hacerse cargo literal. Es decir, contar lo que pasó, desatar lo nudos en el otro y proceder formalmente al aseo quirúrgico para lograr, en definitivo, deshacerse de todos lo cachivaches que impiden sanar, lograr que la herida cicatrice para siempre. Y eso me lleva a pensar lo que decía Meredith Grey, en Grey's Anatomy: "Para ser un buen cirujano hay que pensar como un cirujano; las emociones que perturban hay que tragárselas y entrar en una sala estéril, en donde el procedimiento es muy simple: cortar, suturar y cerrar..."

Pero, ¿Qué ocurre si la herida no acaba de cerrar? "A veces te enfrentas a una herida que no cicatriza, una herida a la que se le saltan los puntos..."

Creo que en todo esto reside la clave; mi editor es exactamente lo mismo que un cirujano y él ha sido el único capaz de enseñarme desde la manera precisa de cómo debo realizar ciertas incisiones así como el último ritual de aseo quirúrgico, hasta la vigilancia suficiente para el mejoramiento de cicatrización (llevado a la literatura; construcción de personajes coherentes). Y obviamente, lo ha ejecutado por medio de la enseñanza de lo que debe entenderse como escritura prolija, no desde la obsesión en la ortografía sino en el peso de cada palabra... la perfección y sentido de hallar pertinencia y pertenencia. 

Estas dos palabras tan diferentes pero que comulgan íntimo en este oficio para menester del logro que vengo narrando, incitan a recordarlo, como quien se siente atraído a descubrir su punta de lanza. Siendo muy sensata y honesta, clarifico que de no habérmelo cruzado en la vida, tal vez nunca me hubiese transformado en escritora. Inicialmente, apuntar emociones en un block de notas, fue más que todo ejercicio terapéutico, herramienta que ayudó (claro está) y que casi sin querer fue soltando la muñeca, igual a como vaticinaba Nicole Krausse en una vieja entrevista a propósito del convertirse en narrador... tengo que escribir acá y ahora que ese muchacho del atrás, fue un tipo que abrió mi cabeza en todos los sentidos posibles, ácido y dulce pero sobre todo, porque la debilidad que me impuso agrandó mi necesidad de entendimiento.

No creo que este ejercicio se exclusivo. Me supongo que muchos reflexionarán sobre el cómo pasaron ciertas cosas de verdad al cien. En mi caso, atribuí a su esfera, dimensiones mágicas pues en esos años lo mágico solía explicar casi cualquier asunto por más extravagante que concluyese la idea. Estaba sola, pero de un "solo" con peso adyacente no como la soledad actual, cada día adictiva, mas precisa, más vital incluso, hasta más bonita... Me encontraba en el prólogo de mi propia narración (algo que por cierto, desconocía); tendía a la gravedad a causa de nada, endosaba un deber perentorio de acogimiento... supongo que desacertada a raíz de la carencia por un amor no simbiótico en la primera infancia. Me figuraba que por el sólo hecho de "amarlo", aquel sujeto me debía correspondencia. La equivalencia era lo mismo que la lealtad para mi. Hoy es todo muy diferente.

Miro hacia atrás y conservo cosas valiosas heredadas por ese muchacho hacia el presente; sus frase para el bronce: "Un lobo eficiente, siempre anda con piel de cordero..."; "Por el camino de tierra se extrae oro..."; "Debiste correr más rápido..."; "Algún día, en un futuro cercano, la globalización nos tendrá a todos hiper conectados, aunque más solos que nunca..."; "¿Necesitas una mano?". Pero, a pesar valorización sincrética, pienso que hay hechos evidentes en cualquier parte de la línea cronológica de tiempo... en un momento dado hablábamos en el messenger y al instante siguiente, se abren las puertas de un carro en el metro, encontrándomelo romántico con quien ya mantenía una relación avanzada y seria. Estas son las cuestiones que nunca debes dejar pasar y sin embargo, se adhieren al bolsillo interior en donde nos engrupimos sabiendo que la factura, algún día llegará.    
Y eso siempre lo supe. He pagado el porte de la mía. Pero no soy de la creencia que debemos decir solo cosas adorables de los muertos en el día de su funeral (aunque en este caso sólo sea simbólico). Pienso en la Antonia, que al morir mi madre, se puso a contar en el responso que el pollo al limón de su abuela sería con creces, lo más extrañable de su forma viva... En mi caso, lo que más recuerdo de Coliflowers es la sombra de su enorme pene rondándome dado a que jamás consumamos nada, la curvatura de su espalda como si quisiese esconderse de sí mismo, su mirada llena de filtros y deseos ocultos inconfesables, los chistes fomes, algunas anécdotas entrañables como la del "carpa"; una conversación epistolar hasta las tantas de la madrugada, otra, sentada en una banca detrás del entonces SERNAC en pleno centro de Santiago... una noche cualquier estacionados en Presidente Juan Antonio Ríos sin hacer absolutamente nada en contra de la moral y de las buenas costumbres y sin embargo, siendo amonestados por Paz Ciudadana Móvil... la vez de la tienda, la tarde en que pude tirármelo y no lo hice en un intento romántico de "jugármela" por el respeto que debe existir entre quienes se convirtieron en amigos en el curso del tiempo y por supuesto, la noche en que de súbito me desperté soñando que debía bautizarlo: Santiago Heller en mi relato fantástico.

Buen viaje, Conrad.
Gracias por todo. 





Comentarios