Soberanía sobre nuestra edición.

Soberanía sobre nuestra edición.

Dependiendo desde el lugar que miremos, obtendrás un punto de vista x. Y esto se vuelve un prisma sustantivo con el paso de los años. Antes (y me refiero sin todas las referencias, experiencia, anécdotas, personas, gente, organizaciones, verdadedes v/s falacia, ideas, experimentos... aprendizaje) era solo una tipa visceral a ultranza, sin chances ni comprensión sobre tolerancia o entendimiento abstracto. Y cómo no; el ámbiro del deponer —a fin de fundar nuestra vehenencia—, reside en la faena local de habernos «recorrido» minuciosamente y como tal, si sólo has bordeado Cartagena, poco probable es sostener el submundo del mediterráneo. Por ponerlo de alguna manera.

Ahora, conozco más el Pacífico, al menos, y al sintetizar la exploración, traduzco que en el antes no me fijaba en todo el panorama (aunque convencida estaba de hacerlo). Lo que sucedía en general era que mi estado anímico tendía a teñir las postales, cargando el ojo en una más que otra escena, imagen, gente, sucesos, etc. La información residual que camina con nostros, se entromete y pone énfasis en lo que sirve al prejuicio para su faena de solidificar creencias o justificar lo que sea se encuentra adherido a nuestra mente...

Y mi antes fue así, remojado en pulsiones mentales viciadas con el trauma, el dolor, la invisibilización y la opresión del ser, tal y genuino como se esperaría hubiese acontecido, sin todos esos velos o nubarrones. Dejar de mirarse el ombligo no es tan fácil; según la C.Michelson resulta odiosamente placentero enfatizar sobre lo que somos, lo que deseamos, lo que necesitamos, lo que se nos debe... blah, blah, blah. O sea: el puto yo yo, nos reconforta. Aunque a nadie le importe, y aunque a otra porción le regocije para nutriente de la burla socarrona.

Y puede que, poder lograrlo, tenga mucho que ver con la forma de salir a explorar, con las muchas maneras existentes de abordar esos caminos para que, llegado un punto, no cueste tanto acometer el mediterraneo.

El otro día y enajenada en un zaping meteórico, me topé con una expedición a Turquía. Lo único malo era la Subercaseaux (M. Gracia) narrando el recorrido y sus locaciones, lo que pude resistir solo hasta el minuto 24,. En ese momento, revela a la cámara la forma en que organizó su equipaje.  La fotografa había redactado una no despreciable lista alusiva  al cómo había sido dispuesto su contenido, geográficamente hablando. Orgullosa ella, enseñaba algo escrito en una columna determinada del papel, lléndose luego a la maleta para demostrar que sí estaba en la posición especificada. Toda una demostración ingenieril a prueba de atarantados. Me quedé pensando en este acto controlador, en esta suerte de cálculo que flanquea la certidumbre y del por qué, me ofuscó tanto. Por descartado su modo, su voz y hasta, su estampa, pues sé que hay en ella no más retórica de la que existe hoy en día en cualquiera sometiéndose a una selfie.

Puede que me moleste más su no pudor o lo que es igual, su desparpajo. Sí. Cuenta ella con soltura de cuerpo su obsesión sin temor a escarnio ni futuro blanco de risotada amarillista. Y eso me pone verde de envidia. Creo que eso es lo que más me frustra.

La gente efectúa sus exploraciones y/o recorridos con la soltura de su medida y lo realiza de manera tal que no hay margen ni espacio para que un otro, les detenga y reproche sobre cuan «equivocado» es dicho proceder. Y claro. A veces, se hace por la tangente, sin respeto, desacreditando y en manifiesto tono ofensivo. ¿Quién querría detenerse en locuciones abusivas? Pero, incluso, en variantes constructivas la respuesta bien podría sonar a un qué te importa. Y este es mi fondo del acuario. He ahí la verdad sobre lo que me incomoda o perturba.

Yo crecía en el contexto del mmmm, del meneo de cabeza y la mirada perdida en el suelo, imposibilitada de expresar a viva voz, mi opinión, exteriorizar no sé, todas aquellas dudas atravesando mi cabeza: «Mamá... ¿Por qué dejaste a mi hermana en casa de los abuelos? ¿Por qué nunca fuiste a buscarla? ¿Por qué ella no se crió con nosotros? ¿Por qué ella lleva zapatos de charol y yo tengo hoyos en las zuelas?...»

Entonces, asistir a la exposición de lo absurdo, sin miramientos, como si fuese un derecho excelso solo porque a x se le ocurre y puede verbalizarlo (en el caso de marras televisado y hasta con auspicios) claro, me friega pues aun a mi edad, continúo experimentando idéntica constipación emocional y crónica de creer que existen cuestiones imposibles de decir, pues no representan la universalidad de un rigor ochentero oscuro, sujeción del ser humano a la supresión del ser y de su identidad, por más absurda que esta pudiese llegar a ser. Y sí, confeccionarse una lista de tal naturaleza, entra en el ámbito de acciones representativas de singularidad al que no estoy acostumbrada. Y eso que soy bastante compulsiva.

Esto me recuerda la última mudanza; 47 cajas tipo braden master, todas enumeradas con el propósito de identificar contenido, pero que luego de haberlas cerrado con huincha, no apunté en equivalencia de ninguna lista separada por columnas. Al trasladarlas al nuevo sitio, solo me largué a reir porque la gente preguntaba: ¿Dónde pongo la 5, o la 11? ¡Ja! Inutilidad en su máxima expresión. Con todo, la entrelínea del «control» o la «certidumbre» sí son cuestiones presentes que no puedo soslayar y capaz abulten la sensación de incomodidad.

Tengo la impresión de que mi amargura sin resolución, me mantiene quejándome al atestiguar el sin pudor implícito en las libertades ajenas, en sus mecanismos desarrollados para logro de su fin:  determinación/se... Sus libres elecciones desintoxicadas de culpa y carentes de visión periférica (puede que esto explique en mi, los peligrosos años de militancia conservadora) a diferencia de lo impuesto a muchos de nosotros, cual obligación moral cuyo sentido irrestricto se encontraba asociado a la anulación de la persona y a restringir cualquier proceso de individuación en ciernes, continúa limitando la capacidad para crecer y hallar un camino sano de conexión con otras fronteras, mucho más allá de este pacífico recargado de cicatrices comunicantes con un pasado oscuro y polémico -siempre intruso y saboteador- que no se soluciona por contagio de indolencia.

Sin embargo, con más o menos energía, continúo editando pasajes, entendiendo que algunas sensaciones surgen de este mal hábito. Me obligo a repasar elecciones ajenas, sobre todo aquellas envueltas en estelas similares en que no solo se esconde la naturaleza de la moral informante sino que además, puede tratarse de decisiones contradictorias... de esas que dicen no, pero si, o no pero tal vez, no pero pregúntame de nuevo que tal vez podría replanteármelo... Puede que en la pachotada del querer ajeno, haya también mucho de capricho, mucho de irresponsabilidad no sé qué tanto de exceso de saberse depurado y como tal, capaz de prescindir con seguridad de cualquier cosa creída, prescindible. Puede que exista exceso de libertad inconsciente, con crédito disponible a una baja tasa de interés.

En cualquier caso, al menos desde este lugar, justo en el ahora, la visión de las cosas me la tomo por momentos. No me da para mucho más, cosa no menor si la pienso desde la arista de ser mecanismo para rebelarse al control de los otros. He aprendido detentar más poder sobre mis emociones, aunque no en el nivel que a mi me serviría más, pero no como resabio del caos castrador del antes medio gris, medio funesto sino como una nueva forma de hacer soberanía sobre mi existencia, con menos miedo al ridículo, con más valentia al ofrecer disculpas, con menos pudor al contar que sigo viva a pesar de todo.

Incluso si a nadie le importa, pero esculca en estos párrafos para saber si continúo referenciándolos.

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