Olor a rancio.



No había meditado suficiente, cómo fue que una obsesión peculiar dentro del 2018, fue apareciendo más disuelta, menos frenética, casi desconectada de otras manías gravitantes. Un año rarísimo y disfuncional, a un tiempo coherente de matices raros, desaliño propio del «desajustarse», cosa sutil que los mindfullnes gustan tanto denominar: «perderse para encontrarse».
Si lo pienso al detalle, no sé bien qué tipo de morbo empujaba mi curiosidad, a veces uno busca, pero no es demasiado capaz de admitir que tampoco sabe mucho qué, cómo, y a razón de motivos peculiares, se arrancha en la comodidad, se esconde tras una pantalla creyendo que algo de entre muchos qué se yo, aparecerá como por arte de magia proporcionándonos pistas que brinden sentido... Pero eso no sucede. Hacía mucho tiempo que entre esas líneas dejó de leerse pasión, valentía o arrojo. De pronto el loop empezó a volverse odioso y majadero: yo, yo, yo, yo la obra de arte, yo el master of de universe... yo, yo, yo. Hasta que vi que, como en cualquier novela preciosa y bien contada,  surgiese un climax inolvidable en donde ese chico atormentado, finalmente desplegase su acto heróico yendo tras la única mujer que realmente amó.
Pero después de casi un año ya. Nada de ello, ocurrió.
Y comprendí que mi fascinación desapareció, al no poder continuar leyendo, al quitar la vista de la pantalla y lanzar una exhalación de profundo agote. Ese tipo, no saltaría jamás. Y atestiguarlo, fue mi punto final. Entonces este pensamiento llevó al inmediatamente anterior: ¿Qué clase de amor es aquel vociferado y cansino, que no conoce de ejecucución sino solo en el cartón que cubre una portada?
No hay rastros de esa visión adornada que alguna vez visualicé, ni siquiera recuerdo las palabras exóticas o el lenguaje lascivo redirigiendo mi atención hacia otro foco. Solo se me atraviesa por la mente una secuencia de escenas que hoy, me resultan tan absurdas y descolgadas de todo el resto de mi historia.
Y puede que siempre se haya tratado de eso, tan solo de una postal parcial de lo que nos alcanza para ver o comprender, en un tiempo y circunstancias determinado, en donde somos otras personas que funcionan para otros escenarios y que dejan de ser nuestros desde el mismo instante en que evolucionamos. Al mirarlo hacia allá, solo reconozco la lágrima de un crío rodando por su mejilla, pero que hoy me supone más el rezongo de un tipo frustrado y quemado por el dolor, ese de quien debe asumir que está averiado pero se resiste. Ese dolor que se extiende sin fin si no te siceras contigo mismo de una vez y admites que necesitas crecer.
Algo que necesita ser admitido como: madurar.

Comentarios