Olvidar.



¿He dicho que te amo?
¿Lo he dicho?
Así, de repente, adopté un estado catatónico. Comenzó tiempo antes de «envalentonarme» y abandonar lo conocido; algunos juzgan de valentía y muchos (la mayoría), lo extremo opuesto. Yo, no sé decirte. Estoy tumbada.
No recuerdo habértelo dicho.
No al menos, cuando debí. Cuando pude hacerlo.
Me pegué de forma tal que cuesta hasta apuntar lo mínimo. Partes de mis pensamientos necesitan de la fuga. Yo, no logro ver lo fundamental. No hay estímulo interno.
Me he preguntado qué hacemos en contribución de invisibilizarnos. No puede ser destino, no creo que no haya una sola persona en el universo capaz de sintonizarse con nosotros. ¿De verdad no la hay? ¿De verdad estamos tan solos que nuestra única opción de afecto se reduce a validaciones frenéticas y súplicas teñidas de lástima?
¡No sé en qué parte de mi vida olvidé decirlo!
Ya no lo recuerdo.
Me han preguntdo por qué pierdo mi «precioso» tiempo en inutilidades, en caricaturas de «amor», en la falancia de la «esperanza», para qué derramar lágrimas en ficción televisiva capaz de retorcerte de dolor. Respondo que a esta altura de la vida, así me conmuevo, suponiendo que en alguna brecha sutil, las líneas de algún libreto bien diseñado, surten de efectos que la vida real ya no provee. Así. Seco. Puntual. Es.
¿Debí decírtelo mucha veces?
Las personas aman la falsedad de las redes, la inmediatez de un like, la suposición de «contacto» porque eso es más fácil que arriesgarse, apostar, invertir y creer que seremos correspondidos. Es así que el micro segundo de dicha fugaz otorgado por una luminaria pariente de la fibra, destella su encandilamiento con la brevedad en que lo crea y también, agota su efecto enceguecedor.
Supongo que no fui capaz de decírtelo todas las veces que lo merecías...
A la larga, aprendí. No me había percatado que lo sabía hace mucho tiempo. Vivo al día, vivo el momento, dejé de visualizar el futuro, nunca más planee, quizás nunca lo vi en mi mente, realmente. Pero cínica y hambrienta ocupé mucho de mis horas en convencer de algo, de lo que fuera de que se tratara el objeto. Ocuparse de procrastinar de manera elegante, tanto así de que fuese lo suficiente en convicente. Y siempre lo hice a la perfección. Pero se me acabaron los recursos: se funó la batería. Y hoy, lo sé.
No puede vivirse sin haberlo dicho, sin decirlo tan seguido como nos sea posible. Parece ser que mientras más tiempo pase, más te enfermas, te envejeces, te dañas, te apagas y esa forma de consumir es demoledora, el cuerpo comienza a doler, doler en serio, partes y el conjunto duelen canallamente. Y empiezas a confundirte, empiezas a olvidar si alguna vez lo sentiste como para decirlo. Y eso, eso es cien por ciento destructivo.
He comenzado a olvidar tu rostro.
Empiezan a borrarse las imagenes repartidas entre mis recuerdos, hay una pugna entre el dolor físico y las enormes ganas que tengo de dejarme vencer. Olvidarme cómo fue el amor, sentirlo, experimentarlo, permitirle crecer y aguantar que me hundiese.
Puede que nunca haya sabido cómo es sentir el amor.
¿Lo conociste realmente?
¿Supiste qué se siente?
¿Cuánto tiempo me queda?
¿De dónde consigues valor?
¡Estoy enloqueciendo!

Comentarios