Tullida.




Después de casi un año cero sexo, tuve una nueva oportunidad (más ajustada a un ideario) y la cogí. Literalmente.
Comienzo a pensar que suelo ser feliz —sentirme— bajo otras circunstancias, bebiéndome un café, haciendo mi pega o en la degeneración privada de mis actos licenciosos, sin la participación ajena... puede que no sea más que una profunda decepción del sexo en sí mismo o bien, de practicarlo con hombres desconectados de los otros, menos de sí mismo.
Juro que iba como avión hasta detectar que era solo sexo; no me parece mal, es solo que yo, mentalmente, iba en busca de conectar. Sentí placer en todo lo previo, en la afectación del cuerpo al reconocer que ese ritual íntimo le es tan natural y familiar que tus barreras no pueden sostenerse ya más. Pero mi cuerpo tiene candados y ciertos accesos se encuentran clausurados...
Como un detector de metales lo es al oro, mi cabeza se convirtió en el peor eficiente filtrador de desastres; quise detenerme pero al ver cierto «entusiasmo circunstancial» de mi partner, opté por seguir hasta notar su satisfecho final, al menos para la postal situacional.
Él, no es responsable, cómo puede serlo alguien que no se conecta con los otros pero sí consigo mismo y la dimensión de sus propios placeres??? Sin embargo, anhelaba el sexo marital por decirlo de alguna manera, ese sexo en que el contacto con el otro se siente como si traspasaras su alma y la fusión se vuelve inevitable. La emoción, el desborde, el frenesí de toparse con la conexión.
Nunca como esta mañana sentí tanta orfandad; tras la caminata de madrugada ayer noche, ni siquiera pude llorar, ni aún ahora que lo vivencio nuevamente mientras lo describo con mis torpes palabras. Y creo que se debe a la profunda huella de la misma vieja herida, la inicial, la que franqueó el camino para que todas las otras heridas se sucediesen con plena facilidad.
Hernán es un chico listo, agradable de trato, al que creí detectar bajo un código diferente toda vez que su humanidad es superior a la de mucha gente conocida. Pero en lo sincero y honesto, es un tipo que no vive aquí, no sé dónde tampoco, pero difícilmente pueda establecerse un puente para llegar hasta él. Esto, no es bueno ni malo, solo es una circunstancia describible. El asunto es qué se hace con dicha información.
La situación en sí misma me hizo traer a mi mente la reflexión de un terapista que oí el otro día: «La gente fracasa porque no se hace cargo de sí misma... ser feliz, sentirse feliz, experimentarlo, es un tema individual y no de comunión; al pretender la felicidad cono algo que otros vendrán a darnos, entonces dejamos la pega en manos de los otros, otros que no oyen, no ven, no escuchan, etc. Y eso es irrespobsabilidad y conformismo nuestro...». Sentenció el hombre.
Entonces, ¿está bien acabar y echarse tumbado mirando hacia el techo fingiendo que tú, no estás ahí? O peor, acabar y correr al baño? A veces, el lenguaje corporal es lapidario, no caben excusas cuando tu cuerpo se mueve independiente de ti.
La experiencia en sí misma no me hiere pues como adulta que soy nadie me forzó. Sin embargo, deja una sensación de estar adportas de una gran revelación, más allá de la angustia, de la desazón, de la caminata sola porque soy mujer... me conecta a una fuerza invisible de resoluciones finales en donde la voz se levanta sobre la mediocridad de mi propio ser, justificándose: Hay que admitir qué tan buenos somos en determinadas cosas y cuan negados, en otras... o lo que es igual, mantenerse firme en el celibato, no perder la esperanza pues alguna vez, en alguna parte, algún momento, puede que nuestra piel celebre y entonces, todo cambie.
Nunca se sabe.

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