Como éramos.




Como éramos.
(Recordatorios de la infancia).

No tenía idea que la Bárbara Streisand había hecho dueto con Barry Gibbs. Me enteré mientras leía el cuarto cuento de "Quiltras", un librito que me regaló La Nela porque sabía cuánto quería tenerlo. No puedo leer sin oír música ambiente, me creo un poco productora y gusto hacerle bandas sonoras a los libros que voy leyendo. No sé por qué se me puso en la cabeza que a la #ArelisUribe le sentaba un soundtrack ochentero a pesar de haber nacido recién en el 87'.

Es curioso se me haya escapado este pequeño gran detalle. Crecí oyendo a la Streisand, y lo mismo con los Bee Gees o sea, lo que intento decir es que me resulta familiar desde que reconocí mi oreja. "Culpable" es una balada muy popular. Recuerdo la tocaban mucho en una radio FM. El locutor Juan Carlos Gil sacaba al aire temas pedidos por auditores y siendo bien honesta, porque la escuché en un motel de mala muerte al que fui con un tipo cuyo nombre ni siquiera logro recordar. Sin embargo, la retengo además porque a mi madre le gustaba bastante la misma canción y la reproducía una y otra vez de un cassette viejo de mi tía Carmen. A mí se me pegó la costumbre de mi vieja, no puedo vivir sin la música y antes de cerrar los ojos, induzco los sueños  colocando la misma canción muchas veces hasta caer rendida por el relajo...

Cuando era súper chica, me metía a la cómoda de mi abuelo Mario; un armatoste inmenso de madera color caramelo con unas talladas de borde que se juntaban como flores en las esquinas. Lo hacía un rato antes que llegase de la pega. Trabajaba en una planta instalada cerca del centro de La Calera, a fines de los años 70' y yo estuve convencida toda mi infancia que ahí producían cemento con olor y sabor a melón, debido al nombre que llevaba.

El tesoro guardado bajo 7 llaves que más gustaba de hurguetear entre las pertenencias del tata, estaba los vinilos de Neil Young, de los Rolling Stones, Duke Ellington y de los Beatles. El los cuidaba como hueso santo, los metía debajo de una hoja de papel diamante y luego en su funda de cartón por muy ajada que estuviera. Los revisaba con delicadeza y levantaba el disco para mirar de reojo por las líneas dibujadas encima del plástico. Me explicó montones de veces cómo se fabricaban pero yo nunca entendí completamente aquella información. A mí me gustaba que los colocara sobre el tocadiscos Philips que tenía en su casa, sentarme muy cerquita del parlante y oír la música hasta quedarme dormida descifrando lo que decían las canciones, aunque no entendiera ni media palabra. Yo me imaginaba situaciones, algunas eran tremendas de acongojadoras y otras no tanto. Yo le decía a mi abuelo las cosas que se me atravesaban en la mente y el moría de la risa con las cuestiones que escuchaba. A mi abuelo le hacía mucha gracia mi versión de los sucesos. Él siempre lo hizo saber y eso es algo que siempre recuerdo con ternura en el presente.

Una vez le pregunté cómo se había enamorado de mi abuela María y me di cuenta puso una cara que nunca vi, hasta esa vez. Se quedó un momento en silencio y luego se agarró la pera con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, descansando el mentón contra este último. Movió los ojos hacia arriba, pero sin alterar el rostro o menear la cabeza, fue un movimiento que tampoco le reconocí. Entonces, esta fue la vez que supe y los adultos a veces no quieren mentirte, es solo que la verdad del lenguaje corporal los vence... ¡Fue por la Barbara Streisand! ―Me soltó repentinamente. Tu abuela vivía a unos tres cuartos de cuadra de mi casa y los días domingo, el único día en que mi madre nos dejaba dormir hasta más tarde, se le ocurría escuchar "The Way We Were" a todo volumen. Yo pensé: ¡Genial! Pero, por la cara que puso, creo que no pensaba lo mismo.

Sin entrar en tanto detalle, me dijo algo así como haberla encarado una vez y que resultó completamente liquidado al encontrarse de frente con sus hermosos ojos verde aturquezado. - ¿Se enamoraron de inmediato? Le asesté de pura emoción. ¡No! Me respondió, para nada. De hecho me dejó hablando sólo y después de un momento, regresó con un balde de agua y me lo lanzó a punta de gritos y garabatos. Me quedé pasmada. Como se dice: Para adentro. No me podía imaginar a mi Mami en una escena como esa. Le pregunté qué pasó entre the way we were hasta que casarse o para llegar a ello que es más o menos lo mismo. Y me dijo algo tan definitivo que es imposible de olvidar: "A veces amas a alguien y ese alguien no te ama a ti y otras veces tú amas mucho a otro, que haces cualquier cosa por verlo feliz".  No me dijo nada más. Yo tampoco quise seguir insistiendo porque me había entrado como una pena en la garganta y me estaba dando trabajo seguir hablando como si nada. De haber continuado, seguramente habría acabado llorando y a mi abuelo se contagiaba fácil la pena ajena, aunque fuera ambulante. Así que mejor apliqué mute y le pedí que colocar el álbum blanco... 

Esa fue la última vez que hablé con él. De un día para otro le encontraron un cáncer pulmonar y se murió en menos de un mes. Los discos que tanto amaba y que conmigo solía oír, desaparecieron igual de rápido que su cuerpo, sus risas, sus anécdotas y todo lo demás; no alcancé a decirle que la canción the devil's sympathy era mi favorita de los Stones.

A los muchos años después y a propósito del cumpleaños de un primo chico, tuve que visitar a un tío con el que nunca tuve demasiado trato. Fingí que estaba interesada, y me comporté con diplomacia. Comí torta de tres leches, bebí chocolate caliente con cáscara de naranja y canela en pleno verano, papas fritas dipa, ramitas evercrisp y unos canapés con pasta de palmito huevo que me cayeron pesado. Me fui al segundo piso para obrar sin que nadie me diera la lata, así que me metí en el cuarto de mis tíos. Casi me da un infarto de pura alegría. En el borde de la habitación y contra la pared que daba a la Calle Los Nidos, habían puesto el armario del tata. Movida por un impulso que no puedo explicar, me lancé al ataque, creo en el fondo sabía perfectamente lo que buscaba. Necesitaba encontrarlo. Pero no descubrí más que cachureos, varias toallas aun empacadas, sacos de dormir con olor a playa, dos botellas de agua ardiente que mi tía Magaly usaba para hacer cola de mono, unos juguetes de goma del Felipe y algunas chaquetas de invierno impregnadas de naftalina. Decepcionada, regresé al cumpleaños. La gente hacía bromas sobre mi guata floja pero a mi eso me daba lo mismo. Se me metió entre ceja y ceja que los vinilos estaban secuestrados en esa casa. Pregunté a mi prima mayor si sabía dónde los guardaban y sólo encogió los hombros: ¡No tenemos tocadiscos y vamos a tener vinilos! ―Añadió burlesca. Me dio mucha rabia su actitud, tanto como para voltearle un vaso que kem piña en su minifalda blanca percudía mientras le gritaba guatona desgraciada fea y cara de raja, me trató de estúpida y se puso histérica... De pronto, todo se había salido de control y empecé a sentirme como en la canción de Carlos Cabezas, esa que en una parte dice: no sé qué pasó... si yo igual la quería, o yo la quería harto eso sí o algo parecido... Así que aproveché el despelote y la gritadera para arrancarme por la puerta de la cocina. 

Me puse a esperar micro en la esquina de Vivaceta, hacía frío pero no como para ponerse el sweater; puede que haya sido ese frío post estrés, si te baja la presión por pasar una rabia… o un frío culposo porque tiraste una molotov y los pacos empiezan a perseguirte con sus macanas. No lo sé exactamente. Un poco digamos que me había especializado en ello con el paso del tiempo... en no saber o en no responderme inmediatamente sobre algunas cuestiones, dejarlas en pausa, hacerme la lesa, dejar que el tiempo las inundara y las anclara en un fondo oscuro al que nadie se siente tentado regresar. Quizás por eso me identificaba tanto con los personajes del librito amarrillo, quizás por eso extrañaba tanto a mi abuelo y la manera en que me enseñó aquello que las bandas habían encriptado con tanto amor en los surcos del vinilo. Por eso echaba de menos al amor de la manera en que el viejo Mario me había enseñado comprenderlo... Por eso algunas cosas aparecían ahora claras y no difusas como cuando apenas tuve 7 y escuchaba el tema de Los Rolling, sin imaginar qué tanto había de cierto en lo que cantaba Jagger hace una porrada de años...

Llegué pasado las dos de la madrugada a mi departamento. Me puse pijama y encendí el computador, tenía ese ridículo rollo cinéfilo del: "Hey, you have got a mail". Pero yo no era Meg Ryan ni tampoco me pretendía un Tom Hanks. Estaba sola como pucho de curao y ni siquiera tenía suficientes amigos que me preguntaran de cuando en cuando, si aún seguía con vida. Pero era una manía, lo hacía aunque no hubiera nada qué encontrar ahí, de la misma forma en que colocaba música para sentirme acompañada hasta que el sueño me derrotaba… Busqué la canción que mi abuelo detestaba, la que le valió el balde de agua y no sé porqué nunca antes le había puesto atención a la letra, supongo que debe ser por lo mismo que se nos pasan cientos de cosas importantes, porque algunas cosas solo nos hacen sentido en otro momento, con otra disposición, como si estuviésemos navegando inmersos en otra frecuencia vuelta cóncavo y convexo con nosotros durante un breve intervalo de tiempo, uno tan fugaz y ligero pero que es el único dentro del cual encontramos sentido. Cogí el teléfono para llamar a mi prima. En un principio me trató de maraca, pero le di cierta ventaja ya que antes la había tratado pésimo. Dejé que se descargara, y entonces me di cuenta de que ella también tenía rabia, lo sé porque después de media hora me estaba reprochando cosas del año uno. Al cabo de un rato me dijo: él también era mi abuelo y se disculpó. Yo también tuve la oportunidad de hacerlo. Quería hacerlo.

Cuando colgué la bocina, volví a los vídeos de youtube. Puse canciones aleatorias y un sin fin de recuerdos se agolparon de repente. Me acordé del montón de veces que mi abuela salió a la calle descalza, y mi abuelo salía detrás suyo, de las cosas que se decían en el barrio, la manera en cómo la gente se les quedaba viendo, la singular postura del cigarrillo en la boca de ella a pesar de que mi abuelo, lo detestaba... De un momento a otro, las cuestiones que bloquee, caían en hileras como pequeñas esquirlas de un meteorito explotado a la fuerza para detener su impacto sobre la tierra. Entonces, recordé esa vez que mi abuela se escapó por la ventana y él la sostuvo del cabello, la forma en cómo le gritaba y lo maldecía. Me acordé de todo, recordé cosas realmente malas que hubiera deseado no volver a ver pasar por mi mente. Y también recordé la charla completa de aquella vez con mi abuelo Mario. No sé por qué la cabeza usa esos trucos, pero el tema es que lo hace, te roba, te anula, te quita y luego, lo quieras o no, te patea devolviéndote lo que ya no te interesaba retener… Lloré mucho, creo que lloré por él y también por ella. Lo hice por toda nuestra familia, herederos de todo ese dolor, de esa parte que ya nadie quería conservar y sin embargo, no nos estaba permitido devolver. Finalmente lloré porque recordé tal y como éramos...

Varios meses después en el funeral de mi abuela, me encontré con Diana, mi prima. No la reconocí de inmediato, estaba mucho más delgada y esbelta. Me hizo una seña a lo lejos. Después de hora y media de rezos y cánticos, me dijo que la acompañara al estacionamiento. Y eso fue lo que hice.

La vida tiene esos caminos insospechados que a veces te dejan más o menos frito, de esos laberintos enrevesados que sólo se entienden en medio de la soledad, con distancia o con un amor agrandado. “Ábrelo en tu casa, no lo hagas aquí”. ―Me dijo ella al pasarme un bulto envuelto en papel .. café. Nos despedimos a la carrera y ella se encaramó en su camioneta metalizada… Al llegar a casa, me encontré con una sensación familiar, era una sensación vibratoria. Antes de abrir el paquete, leí su nota, una nota larga y compleja. Resumiéndolo en pocas palabras, me daba las gracias, retrataba nuestra infancia y los aciertos a pesar de todo. Finaliza escribiendo que aquello me pertenecía y que el bonus track era por haberla llamado guatona...

El librero que está en mi sala da justo en diagonal hacia la puerta de entrada de mi casa. Al salir, adonde quiera que vaya y antes de cerrar la puerta, siempre veo los vinilos de mi abuelo y que ahora me pertenecen. Inmediatamente al lado, un pequeño marco con una vieja fotografía... revela la mirada perdida de mi abuela, la sonrisa de nuestro abuelo sosteniéndola por el brazo y nosotras bien rellenas y rosadas, nuestros hermanos y los tíos y tías. Nuestra familia en aquellos otros años.

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