EXTRACTO: El Soundtrack de Nuestras Vidas. UNO.
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@d.d.olmedo
. «A Rocío le carga que mire demasiado sus senos. Le sigue a mi insistencia, un rosario ético sobre la ordinariez en el sentido estricto de la obviedad. Remata su discurso diciéndome que con artimañas, nunca voy a conseguirla, que busque sucedáneos del gran polvo que pretendo porque ella, ella no cree en eso de “hacer el amors…”. Ella resolvió mucho antes de conocerme que aquello no es más que una tontera máxima en la que creían los vejetes odiosos, pegados en la precariedad de los años ochenta. Y bueno, yo era un pegado, pero no tanto en el formato melancólico y romántico de mis padres, aunque admito haber visto completos los capítulos en que Tamara Acosta y el Daniel Muñoz funcionaban como un mítico matrimonio que,  a pesar de la dictadura, remaba juntos hacia algún tipo de destino común.
Yo creo que era un pegado con las escenas de película, y no podía evitar colocar el vinilo de Chet, con esa preciosa canción Autum Leaves, imaginando que algún día iba a recorrerla, tal y como imaginaba desde que cumplí mis 14 años... Recuerdo como si fuera ayer la forma en cómo miraba el reloj de la cocina, taimado, ella no llegaba, no aparecía… llegaban todas las otras personas menos importantes, todas las que se apresuran en llegar para comer más, para beber más, para hablar hasta por los codos, pero Rocío no figuraba. Me resigné. Media hora después y mientras mi madre me miraba con cara de dictadura para que cambiara el ceño fruncido, no  quedó remedio y tuve que fingir lo bien que la estaba pasando, pero yo sólo deseaba verla, pedirle que fuera mi novia, que pasáramos el resto de la vida juntos.
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A eso de las 20:00, el Ramiro, mi mejor amigo, llegó corriendo y todo sudado en el frontis de la casa. Venía con dos paquetes, uno debajo de cada brazo. Con un resumen de espasmos en su pecho agitado me dijo que Rocío se había mudado a otro país, que no le había dado tiempo de despedirse, que me deseaba un grandioso cumpleaños y me pasó a la carrera un sobre grande cerrado.
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Ramiro entró corriendo al baño, ese gueón siempre andaba meando a cada rato, desde chico fue un meón de marca mayor, yo no quise voltearme al tiro, habrían notado que estaba llorando y en esos años los hombre de catorce ya no podían llorar en público porque los llamaban mariquitas, afeminados, y esas frases malditas que suenan como taladro en el hemisferio izquierdo.
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Mamá, que siempre las cachaba todas, me salvó de un fallido estrellato y me mandó ipso facto a comprar unas coca-colas al almacén del Benito: ─ Tómate unos minutos y regresas. ─ Me dijo la vieja seca.  Abrí el sobre en la plaza de Covadonga con Itápu, la vieja plaza a la que íbamos a tomar helados, a comer peras de color café de la parcela de su abuela, a pasarnos la tarde arriba de los columpios porque en ese tiempo, en esos años se nos estaba permitido ser solo críos y hacer como que no entendíamos lo que estaba pasando. Me puso un montón de cosas en varias hojas de papel amarillento, de esas cosas que le gustaba escribir a la Rocío, cuestiones como la distancia de la tierra y hasta la Luna, los códigos entre perros y gatos, las mentiras de los adultos que nosotros no debíamos aprender a reproducir, la profundidad del mar y lo estupendo que sería surfear una buena ola en Pichilemu, Cosas que sólo la Rocío podía entender y que yo simulaba comprender sólo para pasar más tiempo cerca suyo.
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También me deseo un feliz cumpleaños, me pone en letras grandes que el disco de Chet sería como un símbolo, para que no me olvidara qué estación del año era su favorita, que cogiera unas cuantas hojas y las guardara hasta que ella lograse volver y que así, al verla, fuera capaz de contarle las peripecias de cada una de aquellas hojas otoñales. Juro que no lograba para el llanto, hasta esa tarde no me había dado cuenta de cuánto la quería, de qué cosas significaba, de las emociones revolviéndome el estómago… pero había que regresar. Invocando a un tipo argentino que me habían hecho leer en el Instituto, me soné los mocos y dejé de llorar. Me metí la camisa adentro del pantalón y me eché el mechón de pelo detrás de la oreja.. y me puse a caminar devuelta a casa. Me disculpé con los invitados y eché una broma acostumbrada, de esos chistes ocasionales para hacer que la gente se ría a la fuerza, para empujarlos a que continúen fingiendo como suelen y saben hacerlo.
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Al cabo de un rato, nos comimos los completos con chucrut, prendieron las velas y me tocó colocar cara de circunstancia; pide tres deseos, no te olvides. ─ Me decían a grito vivo los invitados. Entonces desee tener 7 de nuevo, estar en el colegio y verla por primera vez… desee ser un pendejo más al que nadie prestaba atención en los recreos y así no sentir pena de quedarme viéndole como un grandísimo idiota… desee subirnos otra vez a los árboles más altos de la parcela en Calera de Tango, desee estar con ella, abrazándola, apretándola como la vez en que los milicos se llevaron a su madre y nunca más volvimos a verla... Mientras la gente aplaudía después de apagar las velas, la estela de humo difuminó la acuosidad de mis ojos llorosos. Vinieron los abrazos, el ritual de abrir los típicos regalos, la guerra de papas fritas y soufflés, y el largo y favorable silencio después que todos se marcharon, de esos silencios tránfuga que te permiten cualquier cosa, sobre todo echar de menos, extrañar, mostrarte a ti mismo que nunca más serás el mismo y que una parte de ti se ha marchado también."
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